Las virtudes humanas se adquieren y afirman en la medida en que el medio social las practica constantemente. Lo mismo que la salud física, la salud moral sufre momentos de crisis, que pueden ser circunstanciales y que en muchos casos requieren de apoyo o ayuda ajena. Pero si el número de males que aquejan al individuo lo van deteriorando sin ser debidamente atendidos, el resultado final va a ser siempre una incapacidad crónica, o la desaparición de la persona. Así también las enfermedades sociales toleradas indefinidamente, minan el entramado vinculante entre sus componentes, y terminan en un insuficiente aislamiento autodefensivo de algunos de sus integrantes.
En el estudio de la ciencia jurídica se considera que los usos y costumbres generan derechos, pero también los cambios en los hábitos pueden hacer de hecho inaplicable ciertas normas legales. Esta transformación en el tiempo puede ser positiva o negativa, según si esos cambios de usos y costumbres son buenos o malos para los individuos y la sociedad que los contenga.
Cada siglo tiene sus componentes alentadores y otros desalentadores que hacen a la sensación de avance o fracaso de la humanidad. Desde cruentas guerras a pestes incontenibles, pasando por hambrunas exterminadoras; desde avasallamientos y exterminio de pueblos hasta la comercialización de esclavos, siempre ha habido períodos de inseguridad que en el fondo afectaban el primario y esencial derecho a la vida. Después de cada una de esas etapas históricas aparecieron momentos en que el reconocimiento generalizado de ciertos principios básicos dieron un respiro a los contemporáneos, y permitieron que el concepto de igualdad tuviera mayor vigencia.
En la época actual, en que la palabra esclavitud es ampliamente repudiada, la práctica de la misma es disfrazada con nuevos esquemas y diferentes formas ortográficas. Una de ellas es la droga, que de tanto callarla como problema se ha vuelto común, y de tanto hablar de ella ahora, algunos se pueden equivocar y considerarla normal. Parecería que erróneamente, o arteramente, se la relaciona conceptualmente con el éxito, el dinero, la resistencia o el valor.
¡Si ese es el resultado final de la droga por parte de quienes la consumen, nada más falso! No tenemos nada más que observar el derrumbe físico-anímico de los grandes personajes que la han consumido para tener la prueba pública y notoria de su acción destructora. Basta mirar las reacciones del síndrome de abstinencia para determinar la prematura decrepitud de esos no tan ricos, ni de tan buena fama que han quedado enganchados en su consumo y comercio. Porque, más temprano o más tarde, quien la consume la comercia, y quien la comercia la consume.
Ese síndrome de abstinencia está señalando que el valor personal atribuido al adicto le era prestado, es decir era impropio y no le pertenecía; que el éxito no estaba en la droga que lo derrotó finalmente; que la resistencia alcanzó sólo para un momento; que el dinero no basta para pagar el rescate de su auténtica libertad de acción y decisión.
Todos los jóvenes pueden compadecerse de los actores que representan este público drama de miseria humana. Está en su inteligencia desarrollar los anticuerpos suficientes para no ser destruidos con este tipo de fracaso.
La destrucción de la persona humana que provoca el uso frecuente de drogas es realmente un crimen de lesa humanidad y por lo tanto una forma nueva de genocidio. Este encuadre debe ser tenido en cuenta por todos los organismos nacionales e internacionales no sólo dedicados a la lucha contra esta perversión, sino que deben adquirir competencia sobre el tema todos aquellos que trabajan claramente en la defensa de los derechos humanos. Es que los traficantes son los nuevos dictadores que esclavizan.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 496, del 30 de octubre de 1996 |