La sabiduría no consiste en saber todas las respuestas, sino en entender cada vez mejor las preguntas.
Las crónicas cotidianas están repletas de incógnitas sobre el comportamiento humano. No es solamente la autoría de hechos lo que muchas veces se investiga, sino la razón de ser de esos hechos que perturban la armonía dentro de una sociedad. Las inconductas repetitivas merecen ser estudiadas no solamente desde el punto de vista criminológico, sino también analizadas bajo parámetros que responden al análisis psicológico y a métodos sociológicos.
Me contaba un amigo que vive en Estados Unidos, que en una estación de servicio de un casi ignoto camino rural, y al borde del desierto había un cartel que decía:
Si usted no sabe algo
no lo pregunte aquí.
Si nosotros supiéramos algo
no estaríamos aquí.
Considero que muchos en este mundo están desubicados porque no existen las coordenadas correctas, ni los puntos de referencia adecuados. Tampoco está el norte definido permanentemente. Parecería que una brújula loca jugara como un molinete sin sentido, convirtiendo el destino en una especie de ruleta ocultamente manipulada por ávidos banqueros de juego.
La trampa casi siempre consiste en distraer a los posibles damnificados, de forma tal que se disimulan los reales objetivos personales de los que buscan el engaño para lucrar. Generalmente la especulación consiste en despertar la avidez de la víctima sobre la base de ganancias sin mayor esfuerzo, de premios sin méritos suficientes, de sosiego sin cansancio previo. Es decir que el ansia de lo fácil juega de carnada para enganchar el anzuelo en los que tienen un apetito imprudente. El anzuelo y la carnada apropiada forman una unión necesaria para obtener resultados, pero ¿quién es el pescador oculto en la noche?
Los individuos tienen tendencias negativas que los empujan a zonas de riesgos, en la medida en que no sepan controlarlas inteligentemente, y las mismas son aprovechadas por embaucadores profesionales que se desenvuelven en distintos niveles de actividad y actuación; que ocultan su real escala de valores, independientemente de sus dichos; que obran a veces con cortinas de humo para ocultar los hechos, que finalmente emergen en forma sorpresiva y sorprendente
La política es una actividad que tendría que dignificar a quienes participan voluntaria y generosamente en pro del bien común. Sin embargo la crónica cotidiana desmerece esta concepción académica. Así como en la guerra los mercenarios acumulan trofeos propios de sus saqueos, y se autocalifican como más eficientes en la medida en que puedan contar historias sanguinarias, también en política los mercenarios son los gestores de los negocios-negociados, en los cuales la acumulación de honorarios representan el despojo a la sociedad a la cual pertenecen.
Los sectarios de falsas ideologías están siendo reemplazados por los aprovechadores de falsas propuestas de realizaciones, en las cuales todo se hace a medias y todo se reparte a medias. Es como esas construcciones fastuosas e interminables que demoran muchas generaciones, y agotan muchas vidas, y que después de terminadas en el tiempo se convierten en agnósticos templos de la incredulidad social.
En una civilización sin garantías la tecnología no es nada más que un instrumento de tortura o de ayuda según quienes lo empleen. Sólo el derecho basado en la equidad y justicia para todos puede convertir a los aglomerados humanos en sociedades aceptables. La falta permanente de ética termina siendo horriblemente antiestética; de la misma manera que los seres humanos sin derechos viables en su aplicación son meros operarios de una colmena exitosa en el cumplimiento de sus condicionamientos, pero carente de ese espíritu que lo diferencia de los demás seres de esta tierra, en su capacidad creadora y en esa búsqueda de momentos de felicidad que justifican en parte la aceptación del esfuerzo y el dolor.
Sólo así los miembros de una sociedad dejarán de ser anónimos, aunque estén documentados, y desorientados, aunque tengan banderas identificatorias.
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero nº 502
del 11 de diciembre de 1996 |