Los periodistas tenemos muchos temas para desarrollar, es decir, todo nos atrae, todo nos inquieta, todo es motivo de observación. Pero a veces veo periodistas que se desempeñan como comunicadores, y que por lo tanto deben distribuir un mensaje a la sociedad, terminan en ciertos momentos actuando en forma tal que hacen cortinas de humo. Yo los llamo fumigadores, porque finalmente en ese fumigar van oscureciendo la escena, y a veces le restan aire también al escenario.
Si nos preguntamos por qué en muchos casos el periodista actúa de esa manera, encontraremos que a veces lo hace por intereses creados. Cuando empecé a hacer periodismo se hablaba de un fondo de víboras, es decir el sobre con dinero que algunos podían recibir para hablar bien, hablar mal, o no hablar sobre personas, personitas o personajes. También a veces el periodista pretende ser estrella, y al ser estrella tiende a llamar la atención, y corre el riesgo, para no perder el escenario hace ruido, protesta, se enoja, discute y aplica esa frase que dice lo importante es que hablen de mí, no importa si lo hacen bien o mal, sino que hablen, para demostrar que sigue existiendo.
Muchos comunicadores se convierten en parte, en vez de ser observadores hábiles, inteligentes, adiestrados para mirar, escuchar y transferir después sus testimonios a ese gran juez que es el público. Es decir, ya no son meros testigos a los cuales se les puede preguntar esa vieja fórmula procesal de si le comprende las generales de la ley, es decir si tienen compromisos tomados con algunas de las partes y si poseen interés en el resultado del pleito. Eso, poco a poco, los va invalidando en sus testimonios y opiniones.
El relato de los episodios que efectúan esos periodistas, comprometidos con algo diferente a la verdad, los convierten en partícipes de esos sucesos, y los administran en forma tal que los hechos pierden proporción y nitidez, terminando en abogar veladamente por algún oculto pacto que transitoriamente los aloja.
El uso y abuso en el recorte de textos en los reportajes escritos, o de empalmes de escenas televisivas en las islas de edición, terminan a veces distorsionando mensajes que implican censuras encubiertas justamente por parte de quienes deben proteger constantemente la libertad de expresión. La compaginación de una nota puede extrapolar conceptos que llevan a conclusiones diferentes a las que sostiene el entrevistado. Asimismo, muchas veces el conductor de un programa de televisión o de radio, corta abruptamente a su invitado después de formularle una pregunta compleja que obliga necesariamente a un análisis espacioso que le es prematuramente cercenado.
Una vez un gran periodista norteamericano en un libro, porque los periodistas también escriben libros, dijo: Cuando el sol está en su ocaso, hasta la sombra de los pigmeos parece la sombra de los gigantes. Esta es una frase para pensarla mucho, ya que muchas veces el periodista está dando la sensación de mostrar la sombra de un gigante, cuando en realidad es un pigmeo. Esto tenemos que tratar de tenerlo en cuenta para descubrir que el periodista no es actor, ni artista, ni parte. Es un hombre que está mirando para que los demás sepan y no para que se equivoquen. Tiene que iluminar la escena sin encandilar. Debe dar su testimonio de buena fe y sin compromisos ocultos. Sus honorarios, aún los más suculentos, jamás deben compensar favores otorgados en las penumbras. La traición a sus lectores es una tremenda falta que no debería prescribir nunca
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 428
del 12 dejulio de 1995 |