Nadie puede discutir que la perseverancia en el esfuerzo es un ingrediente importante para triunfar. Vence el que dura, tal es la traducción de ese viejo adagio latino, simboliza la idea del esfuerzo y la resistencia a la adversidad por parte de los individuos y de las sociedades en las cuales se aglutina.
Los jóvenes piensan siempre en vencer como un imperativo. La gente madura piensa en durar como una necesidad. Sin embargo, a mi criterio, sólo la unión de estos dos conceptos convierte a la vida en una función lógica. Nadie le explica a los jóvenes que no se debe recorrer la existencia con la intensidad y el desgaste agotador de una carrera de cien metros llanos, sino con la metodología de un maratón, en la cual se debe regular el esfuerzo para llegar.
La falsa concepción de esos cien metros llanos es lo que lleva a los jóvenes a considerar que después de los treinta años el ser humano pierde la capacidad de disfrutar de la vida. Ese error los lleva a encuadres equivocados en materia de exigencias, a los padres y a la sociedad, que terminan en lamentables frustraciones, o en artificiales evasiones a la nada. Si no son poseedores de un automóvil a los veinte años, sienten que no van a ser apreciados por su entorno. Si no tienen las últimas grabaciones musicales se consideran desactualizados. Si no visten lo que consideran las provocaciones de la moda, temen ser ignorados. Si no hablan con el argot que los incomunica con las otras generaciones, se sienten desprotegidos por miedo a que sus inseguridades sean descubiertas.
Tengo presente el discurso de viejos políticos que escuchaba en mi juventud. En él nos mentían sistemáticamente diciéndonos que éramos lo mejor que tenía el país, que los jóvenes por el hecho de ser tales éramos puros, y por el solo hecho de serlo convertíamos en casi santa cualquier actividad que encaráramos en el orden político-social. En otras palabras: la salvación de la Patria dependía fundamentalmente de los jóvenes. Fue así que maliciosamente nos reclutaron en bandos contrapuestos, como carne de cañón. Nosotros poníamos nuestros muertos y heridos, y ellos su capacidad de administrar la paz a través de la guerra.
La salud moral se pierde de la misma manera que la salud física, por contagio, o por desgaste de las reservas del organismo. Cuando le mentimos a nuestros jóvenes les estamos transmitiendo nuestro fraude moral. Cuando los jóvenes no alimentan correctamente su espíritu, el mismo entra en inanición, o en convulsiones desorganizadas.
Pretender que los jóvenes siempre tienen razón,  porque no han adquirido aún la maldad, es trabajar con premisas muy discutibles desde el punto de vista filosófico y psicológico. Engañarlos de esa manera es cerrarles el camino de la autocrítica y del perfeccionamiento, fundamento del desarrollo humano. Tenemos que enseñarles a competir consigo mismo y con las circunstancias, no con los demás. Sólo así estarán preparados para el largo maratón de la vida
Una vez escribimos un comentario denominado La edad de la responsabilidad, en el cual advertíamos sobre el peligro de ciertos proyectos demagógicos que anticipaban la mayoría de edad en los jóvenes. Creemos que se está ilusionando a los mismos con un falso espejismo de poder. La plenitud del hombre llega sin artificios legales: se gana de acuerdo a la formación que la familia y la sociedad le hayan legado; se pierde conforme su titular no sepa utilizar el bien recibido.

Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en Diario del Viajero n° 442 del 18 de octubre de 1995