La ironía es en la política,
como la demostración por
el absurdo en la lógica.
 C. B.

El crecimiento de un pueblo está siempre potenciado por el aumento de las responsabilidades que cada miembro integrante asume. Hay siempre una relación de causa a efecto que se retroalimenta constantemente.
El desencanto que se produce cuando se usa el poder circunstancial, que todos los ciudadanos otorgamos periódicamente para que administren la cosa pública, y no para que nos manden como algunos pretenden interpretar, es mayor a medida que hechos nuevos, pero sospechados, muestran una defraudación en bienes y servicios.
No es que la economía o la política deban tener poesía, pero de ninguna manera pueden perder lógica y sentido común en sus realizaciones. Administrar la escasez no implica fomentar la miseria, sino potenciar los medios disponibles para obtener mejores resultados. La buena administración del gasto y el sentido del ahorro es lo que permite al individuo y a las sociedades que ellos integran, crecer en solidez y envergadura. El capital no es nada más que el ahorro conservado y acumulado mediante reinversiones sabias, que pueden generar nuevos bienes y servicios.
En una democracia la queja de los ciudadanos es un acto de legítima defensa de sus derechos particulares y de los bienes sociales. Nadie tiene que sentirse ofendido porque se le pide rendición de cuentas de los negocios que administra por cuenta de terceros. Si el administrador incrementa anónimamente su patrimonio, mientras disminuye abiertamente el de sus administrados, entra en un cono de sombra que despierta natural sospecha.
La historia nos muestra permanentes malos ejemplos de sociedades que aceptando la corrupción terminaron alentándola, de manera tal que cayeron en una grave decadencia. ¿Cómo podemos pedir a nuestros hijos que estudien en profundidad para labrarse un porvenir, si los ejemplos cotidianos muestran una impune piratería de bienes y derechos ajenos?
La elección de representantes del pueblo se parece cada vez más a la búsqueda de rating de actores de la farándula. La pérdida de afecto real y de respeto hacia aquellos que engañosamente ocupan sitiales, hace que a la sensación de angustia se le sume la irritación.
Muchos políticos se comportan como en los amoríos carnavalescos, en que despojados del disfraz original, y albergados transitoriamente, confunden el amor con la necesidad, y el impulso con la definición clara de objetivos.
La omnipotencia en el uso de las facultades recibidas, hace que los mandatarios-administradores terminen gestionando como propio lo que es de todos, y guarden para sí lo que no es de ellos. Los monumentos a la corrupción se convierten en el tiempo en habitados templos de corruptos, y le ruego, amigo lector, que me admita la ironía.
El absurdo de todo esto es que algunos espíritus calientes piden, en forma discutible a mi entender, la pena de muerte frente a delitos aberrantes. Pero lo frustrante es el engaño masivo a los ciudadanos mediante el ocultamiento de la información y la conspiración previa a toda decisión anunciada.
En todas partes del mundo en épocas de dictaduras, formales o no, la ironía y el chiste político fueron siempre la forma de comunicación entre los conciudadanos. Esos chistes eran la manera de supervivencia del espíritu sobre la fuerza. En cambio el absurdo en los actos es la demostración de una estupidez que se niega a abandonar sus dominios entre los hombres.
Cada tanto los diarios nos anotician de ciertas convulsiones que se producen en algunos países, en donde la sed de justicia de los ciudadanos es calmada por algunos fallos judiciales que terminan sancionando la venalidad pública y privada. Feliz el pueblo que pueda leer esas noticias también en las páginas de política nacional o en las de tribunales

Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 487
del 28 de agosto de 1996