El flujo de noticias e informaciones que recibe el hombre moderno es tal, que resulta apabullante para aquel que no tiene la capacidad y los medios para zarandear y cribar los datos. Es como si de golpe, tuviera a su disposición todas las guías telefónicas del mundo, mal encuadernadas, con sus hojas desparramadas por el piso de un estadio.
La política del instante se ha adueñado de muchos, como si fuera una clara posición filosófica. La apabullante sumatoria de hechos, crea en algunos la misma sensación que tiene un boxeador, que está groggy después de una andanada de golpes recibidos. La pérdida de noción del tiempo y espacio puede ser circunstancial, o ser el comienzo de un eliminatorio knock-out
El instante se convierte en dictadura cuando la gente pierde noción de su trayectoria. No definir adecuadamente objetivos viables, y claros puntos de referencias orientativos, hace que la trayectoria se convierta en un errático deambular, por el tiempo y el espacio. En ese caso no somos previsibles ni tampoco seguros en nuestra vida de relación. Por más simpatía que despertemos y apoyo externo que logremos, el límite de éste jamás puede ser indefinido.
Todo espíritu emprendedor debe comprender sus reales posibilidades, partiendo de la base que tiene un sólo capital no renovable, ni tampoco recuperable, que es el tiempo. Los errores en el manejo de situaciones sólo permiten evitar nuevos errores similares, en la medida que la autocrítica permita esa especie de vacuna para el futuro.
Si el hombre aprendiera a conversar consigo mismo, quizás logre entender una conversación con los demás. Los tiempos de meditación son útiles, en la medida que precedan a la acción, o faciliten su análisis posterior. La mera meditación inoperante puede ser una forma de autismo, que en nada ayuda al individuo o a la sociedad que él mismo integra.
Quien no percibe la importancia de cada instante, termina perdiendo el tiempo.
También, en las distintas sociedades que integran un mundo pseudo-globalizado, se da la pérdida de perspectivas, que ayuden a un pacífico crecimiento de quienes ocupan, como habitantes y ciudadanos, los territorios de este planeta.
En un mundo pletórico de declaraciones y acuerdos internacionales, que hablan de los Derechos Humanos, un porcentaje elevadísimo de la población permanece alejada de lo que significa bienestar. Sus derechos quedan en la mera retórica de los discursos y escritos de los funcionarios y políticos. Muchas veces, adrede, se confunden los tiempos, entre el deseo y la realidad, la promesa mentirosa y el desengaño posterior, la creación auténtica y el evidente fraude ulterior.
La verdad interior se llama autocrítica, y ésta en una sociedad del conocimiento es imprescindible. La docencia del buen ejemplo, de los más capacitados y desarrollados, es un imperativo ético-moral.
La justicia distributiva, que es un viejo principio del derecho, no funciona universalmente. Europa, Estados Unidos y Japón manejan el setenta por ciento de la riqueza mundial con el veinte por ciento de la población. De ninguna manera debemos nivelar hacia abajo a quienes pudieron levantar su estándar de vida, pero existe en muchos, una verdadera práctica desleal, que impide el desarrollo de los más que tienen menos, y ésto no es auténticamente sancionado.
La corrupción internacional participa en la mala administración de los bienes y servicios de muchos países no desarrollados. O por la vía del aliento, o de la aceptación cómplice, la corrupción recrea un nuevo feudalismo en aquellos que son titulares de concesiones o explotaciones.
Ya no se es conde, como en la vieja monarquía, ahora se es CEO, en blanqueos de capitales de espíritus sucios. Que en el mundo haya muchos cautivos por los shows multimediáticos, no significa que ellos se sientan cautivados. Pero eso sí, la gente en cada instante puede llegar a perder su trayectoria.
Carlos Besanson
Publicada en el Diario del Viajero n° 706, del 8 de noviembre de 2000 |