Vemos inmutable la cara de muchos responsables de la vida y seguridad de nuestros hijos fuera de casa, le comentaba a una amiga. También le preguntaba ¿por qué crees que consideran a los jóvenes como tierno cardumen, para generarles ilusiones de fáciles resultados ofreciéndoles alcohol, estimulantes, tabaco, lastimar sus cuerpos con tatuajes y aplicaciones de metales? ¿Por qué crees que son el objetivo de promociones consumistas donde todo es fácil, lindo y sin esfuerzos? ¿No ven en los nuestros las miradas de sus propios hijos o hermanos? ¿Qué nos hace pensar a todos, que no somos co-responsables de tener una sociedad mejor?
Quedé reflexionando que no tenemos que quedar paralizados por el miedo, sólo debemos adelantarnos a él, advirtiéndoles de su existencia a nuestros hijos. Nos corresponde enseñarles, como dice un pensador contemporáneo, que la franqueza es la primera forma de la honradez. Que nuestra vida junto a ellos, también es escuela para nosotros. Que en la vida hay signos engañosos que son más estridentes que los que verdaderamente tienen contenido para nuestra existencia y que se sobrevuela sobre ella cuando no aprendemos a mantenernos con los pies sobre la tierra.
Recordar lo bueno que hicieron nuestros padres debe ser siempre un aliciente y ejemplificador historial para nuestros hijos, y nos debe afirmar en las muchas veces vapuleadas convicciones.
La entereza no llega sola, se acompaña de saber que otros pudieron continuar en situaciones difíciles, superando y corrigiendo adversidades. Y así como pretendemos que todo camino elegido nos lleve a una morada, para seguir el planificado y posible destino, dependemos de la unión de nuestros sueños y esfuerzos para lograrlo.
Nuestros hijos tienen que estar advertidos del seductor canto de sirenas representado por la persistente promoción de falsos éxitos y gente que no brilla per se sino por las luces de una cámara de fotos o de televisión. Deberían apreciar que la mayoría silenciosa en la sociedad está conformada por personas que poseen valiosas y fecundas actitudes y que adquieren lustre propio por el simple hecho de tener o desear una apacible vida para sí y para quienes aman. Tener una nivelada escala de valores les permitirá beneficiarse siempre como una brújula orientadora en tanto desconcierto.
Sabemos, que no existe mejor manual de crianza para nuestros hijos que el amor y la coherencia, eficaces desempañadores de los espejos donde ellos se verán reflejados.
Elizabeth Tuma |