Todos en nuestra niñez y en la adolescencia hemos leído novelas y cuentos sobre los piratas y sus correrías. Estos relatos sirvieron después como argumento de base de películas que el cine y la televisión difundieron masivamente. Cuando estudiamos historia en la escuela, aparecieron personajes y episodios que marcaban la antigüedad de ese tipo de actividad en el mar, y que implicaba la apropiación ilegítima de vidas y riquezas por parte de quienes no tenían límites en sus sanguinarias correrías. La crueldad de los actores eran claros ejemplos para aquellos que filosóficamente hablaban del hombre lobo del hombre.
Los piratas no solamente mataban en su ley, sino también morían en la represión de los marinos de guerra que los combatían para evitar el saqueo de los barcos mercantes que llevaban sus banderas. Algunos historiadores señalan que muchas veces los piratas eran alentados en sus depredaciones por potencias marítimas que deseaban afectar el comercio entre colonias de imperios rivales. Por eso existían ciertas zonas francas tácitamente aceptadas, en donde los piratas se refugiaban para descansar y reabastecerse, bajo la mirada negligente de esos imperios.
Pero con el tiempo aparecieron unos personajes que eran habilitados expresamente, y con la autorización legal correspondiente, para atacar barcos enemigos o pertenecientes a países no aliados, ya no con la clásica bandera pirata sino con la bandera del país que le daba protección. Esos hombres eran denominados corsarios, y el convenio que los autorizaba a realizar sus correrías los obligaba a dar un porcentaje determinado a la corona correspondiente, de las capturas y apropiaciones, y a los funcionarios intermediarios que mordían algo de las franquicias y de los porcentuales. Es decir esos corsarios robaban para la corona.
Cuando una vez recorría con mi familia las calles de un puerto del norte de Francia llamado Saint-Malo, me llamó la atención el nombre de muchas calles de la ciudad antigua que llevaban el nombre de Corsario..., en la que se rememoraba algún héroe, que había aportado a esa ciudad éxitos y riquezas, fruto de sus privilegiadas andanzas.
En los tiempos contemporáneos aún hay algunos ejemplos de piratería que se convierten de tanto en tanto en noticia periodística. El cumplimiento de las convenciones y tratados internacionales no ha sido tan perfecto como para erradicarla definitivamente. Tampoco la moderna tecnología satelital los detiene.
En lo que se refiere a las viejas patentes de corso, las mismas no se otorgan ya para operaciones marítimas. ¿Pero en la actividad terrestre no se dan situaciones de privilegio que significan el saqueo de unos para el enriquecimiento injusto de otros? ¿Las concesiones de explotación mal otorgadas, mediante fraude en las licitaciones, por la forma en que son convocadas, no son despojos arbitrarios a los ciudadanos de un país?
La crónica político-económica en muchos sitios se convierte, insensiblemente al principio, en crónica policial-empresaria.
Los ciudadanos observan con preocupación cómo se van generando situaciones de hecho que violentan no sólo el sentido común sino los principios esenciales de equidad a través de privilegios legalmente amañados que implican modernas patentes de corso. En algún momento dado deberá aplicarse el concepto universalmente reconocido de la lesión enorme, que permite la revisión legal de todas esas situaciones en donde sólo se operó para beneficio de las coronas y sus cortes.
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 652, del 27 de octubre de 1999 |