Estar nuevamente después de muchos años en un lugar que marcó mi infancia y saber que pasará del triste abandono, a enorgullecer a la gente de Pico y a La Pampa toda, es una gran satisfacción.
Juan Carlos Margaría, un empresario piquense del rubro neumáticos ha adquirido el total del predio del Molino Fénix, solo la casualidad hizo que pudiese enterarse de la posibilidad de venta, la búsqueda por internet de un inmueble con ciertas características y contactarse con la firma Narváez & Cía (corredores inmobiliarios) de Buenos Aires y tomar una fuerte decisión. Syngenta, propietaria del inmueble había decidido la venta y después de varios trámites y gestiones Margaría lograría en enero de 2011 concretar boleto de reserva y en marzo de 2012 la firma de la escritura traslativa de dominio de la armadura de una de las industrias otrora emblema de la provincia de La Pampa.
Está previsto el desmantelamiento de los galpones.
Juan Carlos Margaría.
El antiguo chalet se remodelará para Casa de Té o eventos.
Juan Carlos Margaría tiene en su mano un ambicioso proyecto edilicio sobre una superficie de 15.000 metros cuadrados, donde se plantea una futura inversión a través de un fideicomiso con lo cual pueda autofinanciarse la construcción de departamentos y oficinas, abocado en este momento al estudio de las factibilidades técnicas que reaseguren contar con las autorizaciones correspondientes y de los suministros completos de los servicios de energía eléctrica, agua potable, cloacas y gas. En primer término el proyecto general contempla la utilización de las estructuras de los silos y de la molienda.
Nuestro entrevistado plantea además la adecuación de una sala dedicada a los recuerdos del Molino y solicita el acompañamiento de quienes puedan aportar objetos o fotografías o narraciones sobre el funcionamiento del Molino Fénix; el predio cuenta con construcción de viviendas que se encuentran en etapa de remodelación y se prevé la reconstrucción del chalet para integrarlo al complejo adecuándolo como un salón de eventos.
El proyecto no contempla la existencia de los galpones, estructuras que se prevé desmantelar y provocar el espacio suficiente para estacionamiento; Margaría manifiesta que la idea es ir dando pasos firmes en un proyecto que no permite errores con la finalidad de concretar algo lindo para la Ciudad de General Pico.
Tomás Amela
Por Tomás Amela
“Recuerdos de mi infancia...”
Mi infancia vivida en el Molino será imposible de olvidar. Mi padre Ángel Domingo Amela que había ingresado como cadete al Molino Fénix (aún yo no había nacido), alcanzaba por mérito llegar a ser gerente del establecimiento fabril, una carrera de más de 35 años de trabajo en un mismo lugar, que quizá hoy es difícil de lograr.
Ese paso por la gerencia hizo que se decidiera que la familia se mudase al chalet contiguo al predio de la planta industrial. Para mí esto se transformó en una fascinación de niño, el molino tenía una magia especial, conocía cada recodo, no había misterios para mí, aunque se presumía de los peligros que podían suceder sobre mi persona, por eso mi padre ordenaba a los capataces no dejar que mis andanzas anduvieran por allí, pero como buen cabeza dura siempre encontraba algún resquicio para la aventura. Hombres y mujeres, personal de la empresa conocían al “Tomy”, a “Tomasito”; no me gustaba la escuela, pero poseía un conocimiento extraordinario de cómo funcionaba el Molino Fénix.
Seguramente aquellos fueron otros tiempos, recordar las largas colas de camiones por la calle 6 llegando casi hasta la ruta esperando su turno para descargar el trigo, tarea que la precedía el análisis de laboratorio, y porqué no estar allí abriendo boquillas para comenzar la descarga o paleando kilos y kilos de trigo o intentando aprender del uso de la balanza con los equipos de camión y acoplado sobre ella, tarea que a veces permitía Don Romero. Franquear los límites de la casa con el molino sin ser visto era saltar el tapial, tenía un rifle de aire comprimido, cazaba palomas y todo aquel vidrio que aparecía roto era toda culpa mía; los serenos eran mis amigos y hasta hacía la ronda de vigilancia por ellos, consistía en marcar una planilla circular colocada sobre un reloj con unas llaves ubicadas en puntos estratégicos, allí con cariño recuerdo a Don Vignatti un Italiano de pura cepa, también a Garetto, a Aramburu y a Obregón el más recto de todos, cumplía a raja tablas las órdenes de mi papá...
Ensordecedor era permanecer en la sala de máquinas, una gran polea movía al molino, recuerdo en aquel lugar a Don Riffaldi y a Don Mediza, desde allí se ponía en funcionamiento la inolvidable sirena que la escuchaba el pueblo y que marcaba el comienzo y el fin de cada jornada de trabajo. El molino se auto sustentaba para desarrollar su labor, disponía de taller metalúrgico y de carpintería, en el taller evoco a Don José Angelucci y al “Chori” Hernández y en carpintería a Desiderio Pechín, quién nos fabricó a los Amela una maravillosa mesa de pin pong. También recuerdo a los viajantes del Molino, a Mendoza y a Botto integrantes formidables de un grupo gastronómico que se dio en llamar “Los Inapetentes”. En oportunidad de que se realizaran reparaciones sobre los techos de las oficinas, allí estuve colaborando de metido nomás, y cuando se finalizó el trabajo los propios empleados del molino que tuvieron a su cargo la tarea me invitaron a un almuerzo en un restaurante y me regalaron una camisa. Hablando de restaurante, cómo no tener presente en esta nota al Bar de Irazabal, cruzando la calle, preparaba unas minutas espectaculares y los ocasionales camioneros recalaban ahí, hoy todavía perdura, tradicionalmente como “Fechoría” dirigido por un chef de primera, mi amigo Alberto Irazabal. El molino era una fuente de trabajo extraordinaria, disponía de personal permanente y la contratación de trabajo esporádico, había armonía entre las personas, desde los empleados jerárquicos o de oficina hasta el más humilde obrero, puntualmente el molino pagaba la quincena.
Aprendí a manejar auto adentro del molino con un querido Ford Falcon ´76 que tenía mi papá, enroscaba al molino, también tomaba “prestado” un Ford Falcon de color rojo que la empresa había destinado a la gerencia. Cerca de donde se estacionaban los automóviles bajo un galpón y a los pies de los gigantes silos, la vía del ferrocarril, una zorra diesel ingresaba los vagones hasta el sector de embolsar o también al sector de descarga triguera, también di maniobras y aceleración sobre esa frenética máquina de tracción.
El molino, no estuvo exento de alguna tragedia, sobre el frente del chalet la existencia de silos, allí también se hacía almacenamiento, un obrero había fallecido cubierto y asfixiado por el cereal, varias horas demandó poder extraerlo, a partir de lo sucedido, ese lugar tuvo algunos reparos de mi parte.
Y un día solo el sector de embolsado se automatizo, solo un obrero tenía que colocar la boquilla perfectamente adaptada de la bolsa en la máquina que todo hacía, llenar y pesar al mismo tiempo y simplemente la persona empujar la bolsa hacia la cinta transportadora, desde la cinta por toboganes hasta el lugar de estibado o directo al llenado de camión o vagón, las estibas de bolsas de harina “Victoria” también fueron parte de los juegos de trepado; también con mi humanidad de adolescente supe de lo que son 50 kilos sobre el hombro, recuerdo con cariño en esos lugares de molienda o embolsado a Don Frontini y a Don Haedo.
Y un día también se construyó la planta de pellets de afrechillo de trigo, este producto con forma de tarugo se cargaba a granel sobre camiones y también supe de abrir las boquillas de los silos, en este caso para cargar.
El molino tuvo para la familia momentos felices y tiempo de tristeza.
El molino tenía lugares para el ocio y la distracción, sobre los fondos una laguna donde pescar ranas y un frondoso arbolado frutal de membrillos, ciruelas y granadas era el deleite de las tardes de verano.
Travesuras a montones, siempre dispuesto, incluso hasta para regar el patio del molino con la manguera de incendio, dejando casi vacío el gran tanque de reserva de agua.
Eran otros tiempos de esplendor económico, la empresa que había creado la familia Werner había llegado a tener varias plantas de procesamiento, las más reconocidas en Río Cuarto, Venado Tuerto, Villa María, General Villegas, Villa Mercedes, Laborde, América y Cañada Verde, y en este ultimo molino cercano a Villa Huidobro también mi padre fue integrante del staff de trabajo.
Y otros fueron también los tiempos que se avecinaron, llegó el tiempo de retraso productivo en el país, el Fénix que no invertía en nuevas tecnologías terminó pereciendo de frente a la modernización y a un esquema internacional no favorable, en 1982 la fructífera fuente de esperanza y de trabajo de General Pico, cerró sus puertas.
Entonces, hoy es una gran satisfacción para mi familia, para General Pico y La Pampa toda, tener esperanza, el querido Molino Fénix todavía resiste frente al triste abandono esperando por un resurgimiento, ya no con su característica primigenia, pero resiste por un renacimiento que ponga en valor su invalorable estructura.
Tomás Amela
[email protected]
|