Desde comienzos del año 1998, a través de notas comentarios, hemos señalado las debilidades de una política económica que no logra estabilizar, en el presupuesto general del país, los ingresos con los egresos; y que los saldos negativos son financiados con una creciente deuda pública que compromete el futuro.
Parecería que toda la actividad, pública y privada, estuviera circunscripta a una ingeniería financiera, que tiene a veces los méritos de una terapia intensiva, de primer o segundo grado, según la circunstancia.
Esa proyección hacia el futuro, que asemeja a un patear para adelante los problemas, sin dar comienzo de solución a los mismos, hace que no se tenga en cuenta la eficiencia, en todo lo que hace a la producción y a la productividad.
Los costos financieros, cuando el dinero de terceros sustituye al propio, inciden peligrosamente en los costos finales de los productos y servicios que se ofrecen. Es así que pueden llegar a descolocar totalmente, los precios locales y de exportación, de lo que es elaboración nacional.
Asimismo, el apoyarse constantemente en esa aparatosa ingeniería financiera, hace que se soslaye otros elementos esenciales para bajar costos, y por ende precios. Es como si un camouflage disimulara los puntos críticos, frente a la observación de propios y extraños.
Muchos lectores podrán sentirse desconcertados y amargados frente a la irresponsabilidad de quienes conducen los asuntos públicos y los privados, sin considerar que los aciertos y errores de conducta, y de conducción, los pagan una mayoría de personas.
El viejo concepto pseudo-empresario, por el cual es conveniente deber mucho, porque así, si me resfrío, los demás se preocupan y me arropan, no es justo, y menos aún válido, cuando la epidemia de gripe y catarro financiero tiene proyección mundial.
El tiempo y los hechos determinarán si esta crisis tendrá el mismo nivel, y profundidad, que la tan tristemente célebre crisis de 1929, pero la magnitud estará marcada, fundamentalmente, por la capacidad de reacción de todos y cada uno de los componentes de esta sociedad globalizada que nos envuelve.
Ciertas privatizaciones necesarias, pero que terminaron en un desguace del Estado, chatarreado especulativamente en falsos remates, han hecho perder la confianza en algunas operatorias pasadas, presentes y quizás futuras.
El hombre común, ese ciudadano que es tan importante en el momento del voto, pero que es ignorado en la toma de decisiones, debe adoptar precauciones. Una de ellas es aceptar una realidad, no agradable por cierto, pero que a partir de ella puede neutralizar parcialmente los inconvenientes para sobrevivir y crecer.
Ideas sueltas, genéricas pero orientativas, pueden ayudar a soportar la crisis e incluso afirmarse y crecer en la misma. En primer lugar, tiene que evitarse todo endeudamiento futuro, simplificando aquel que ya está contraído, de modo tal de aprovechar cualquier quita razonable que le achique la deuda en capital, intereses y gastos. En segundo lugar debe dar a sus clientes un mayor valor agregado en los productos y servicios, sin modificar precios. Este mayor valor agregado puede estar en mejoras de diseño, calidad, tiempos de ejecución, formas de entrega, etc.
Racionalizar administrativamente las empresas permite una mejor adjudicación de tareas y una información gerencial rápida y clara que facilite una agilidad en las decisiones y en la ejecución de las mismas
La clásica manera de catalogar las empresas en grandes, medianas o pequeñas, es absolutamente incompleta. La primera definición está en la determinación de si las empresas, aún las unipersonales, son eficientes o ineficientes; después se podrá hablar del tamaño de ellas, y por ende de la mayor o menor repercusión social de su capacidad aplicada.
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 592, del 2 de septiembre de 1998 |