La prensa no siempre es el espejo fiel que refleja toda la realidad. Hay momentos en que parcializa un sector e ignora otros, por limitaciones o compromisos. Repasemos lo que ya hemos dicho sobre el tema. C.B
Hace años, conversaba con el que era entonces prior del convento de Santo Domingo. Luego de un análisis de la situación de nuestra sociedad y sus transformaciones me pidió una opinión sobre la crisis en el periodismo como parte de la crisis general. Recuerdo haberle contestado en esa oportunidad que su Orden, conocida como Orden de los Predicadores, había sido famosa durante siglos por tener destacados oradores desde el púlpito; tanto es así que con tiempo eran invitados desde distintas iglesias para dar sus sermones en ciertas festividades religiosas. También tengo presente que de sopetón le pregunté ¿Dígame padre, cuántos periodistas tiene la Orden actualmente entre sus religiosos? ¡Por qué los modernos predicadores parecen ser los periodistas! Tiempo después la Universidad Católica de Tucumán, conducida por los dominicos, desarrolló una carrera de periodismo, que también se sigue en Buenos Aires.
Como en toda actividad humana existen buenos y malos profesionales que ejercen el arte de la comunicación. Habitualmente la excelencia está condicionada por una preparación no solamente técnica sino también ética de aquél que ejerce una tarea. Por lo tanto, en nuestro gremio periodístico tenemos similar porcentaje de falencias que en el resto de gremios profesionales del país. Porque no somos un dechado de virtudes no debemos caer en una defensa corporativa de todos nuestros colegas, ni tampoco tender al sectarismo en que cayeron otros sectores de la población. Entiendo que cada periodista debe hacer la correspondiente defensa de sus posturas y actitudes, y demostrar todos los días que éticamente está capacitado para ser un moderno predicador.
También existe la clásica competencia en esta actividad, con la constante lucha por el espacio radial, televisivo o gráfico. Esa competencia, que finalmente está sustentada en muchos casos por la búsqueda de patrocinios comerciales o por falsos mecenazgos políticos, es tan dura como en otro tipo de actividades. Aquél que cree que llegó a la cúspide, equivocadamente puede pretender monopolizar ciertos canales de comunicación para lograr de esa manera mayor peso en la sociedad. Es como si el antiguo predicador apeteciera que el día que él habla desde el púlpito todas las demás iglesias estuvieran cerradas, porque de esa manera su mensaje sería mejor aprovechado.
Los conceptos que emiten los periodistas nunca satisfacen a la totalidad de un público que los lee, o que los escucha, porque o molestan por ser complacientes, o perturban por ser reveladores. Sólo la gente bien formada desecha las hábiles adulonerías a hombres importantes, y requiere objetividad en la crítica sobre situaciones irregulares. Con el tiempo los predicadores mendaces, así como los falsos profetas pierden credibilidad y respeto.
También las figuras que quieren destacarse buscan en los periodistas lobbies que gestionen su imagen frente a la sociedad. Esa práctica sostenida en todo sentido, degenera una profesión que tiene como fundamento esencial, la búsqueda de la información y su debida interpretación con total objetividad y sin distorsiones
A la corrupción por dinero, se le suma ahora la corrupción por el miedo. Es decir amedrentar para que no se hable sobre temas que no gustan a ciertos poderes, secuestrar ediciones por disentir con otros, allanar ruidosamente empresas periodísticas, desordenándolas circunstancialmente.
Por ello, aunque discrepo con muchos colegas, no acepto la metodología de la violencia sobre el ciudadano periodista, ni la seducción a los predicadores. Tolerar cualquiera de estas dos variantes ya no es corrupción, es perversión. Desordenar a los comunicadores es alentar el caos, o por el silencio o por el exceso de ruido
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero Nº 314 del 29 de mayo de 1991 |