Todos los que han estudiado el comportamiento humano a través de la historia han observado las diferentes estrategias y tácticas para ocupar territorios, adquirir posesiones y apropiarse de bienes y derechos de otros, y a veces de nadie.
Ese particular juego, en el cual se disfrazan objetivos y se esconden oportunidades, se manifiesta en forma pública y dramática en las guerras. Cualquiera sea la magnitud de estos conflictos y su tiempo de duración, es evidente que la crueldad de las acciones afecta derechos esenciales que nadie puede discutir. El derecho a la vida y a la libertad se ve amenazado duramente y la inseguridad que ello engendra provoca angustia y dolor en los pueblos comprometidos en esa lucha.
Pero el espíritu de competencia humano también actúa constantemente, en forma individual o grupal, para obtener ventajas sobre otros. La generalizada falta de formación ética hace que la exigencia lógica, destinada a mejorar en capacidad y eficiencia, no esté fundada en la búsqueda de un perfeccionamiento interior que lo potencie, sino en una sumatoria de conflictos externos, en dónde la apropiación de bienes y funciones está dada por acciones no siempre justas y por actitudes dificilmente ecuánimes.
Esta lucha por el poder, no siempre controlada, convierte la convivencia humana en una aventura riesgosa. La apropiación indebida de bienes y derechos ajenos debe tener su vallado en la acción de una justicia que proteja, a través de la reparación del daño, a los miembros de una comunidad.
Si los principios básicos del derecho no se aplican en forma generalizada, cualquiera sea la importancia social de quien se siente damnificado, la justicia se convierte en un instrumento más de opresión y no de garantía de igualdad ciudadana.
Perder la fe en la justicia es perder la fe en la vida, y las personas, así como los pueblos sin fe pierden objetivos constructivos y terminan en la búsqueda de meros momentos de supervivencia. De esta manera baja la calidad de vida y el tiempo y la duración de la misma.
Quienes están en la conquista del mundo, aunque en realidad en la mayoría de los casos se manejan con espíritu de barrio, no siempre tienen presente el precio que pagan y hacen pagar por sus ambiciones desmedidas. Son como esos pseudo estadistas que llevan a sus países a la guerra por el bien de todos, soslayando el daño irreparable en la vida de esos todos que sufren sus tomas de decisiones.
Pero la vida moderna emplea metodologías aggiornadas de viejas sutilezas. La corrupción, que cuesta a la gente tanto o más que una guerra, tiene herramientas de ocultamientoque esconde botines de guerra en bancos off shore o inversiones financieras de dudoso origen.
De tanto en tanto se observan empresas que obtienen su partida de nacimiento de adjudicaciones decretadas de manera tal, que parecen hijos naturales de..., o adoptados por... La existencia de estos hijos putativos gestados por el juego de las presiones, controvierten la igualdad del trato y oportunidades, y por ende una de las bases fundamentales de una República democrática.
La Justicia debe funcionar cotidianamente y en todos sus fueros como basamento de la equidad generalizada. Sin sentido de justicia el derecho se convierte en una sumatoria de normas que pueden llegar a tener la funcionalidad de un reglamento, pero jamás ser la representación de un estilo de vida honroso, y de un ejemplo de conducta.
Las normas jurídicas hechas a la medida de... tienen el mismo valor institucional que un manual de operaciones de un electrodoméstico, sirve para un solo tipo de equipo y una sola marca y la garantía sólo cubre a quienes la redactaron. Los ciudadanos de esta manera pierden el ejercicio de su poder real y finalmente son tratados como anónimos consumidores defraudados.
Carlos Besanson |