Los grandes avances tecnológicos del mundo moderno han logrado producir una avalancha de información, que llega al individuo por múltiples ángulos, y que termina apabullándolo al hacerle perder la noción exacta de lo que es importante y prioritario, de aquello que se convierte en urgente pero no esencial.
La información se ha masificado, pero no necesariamente quien la recibe deja de ser uno más. Ese concepto de quien está informado sabe, no es ahora tan exacto como antes. La sabiduría no reside en la mera acumulación de datos, sino en la capacidad de interpretación de los hechos y situaciones esenciales. De no ser así, las guías telefónicas tendrían que ser consideradas como verdaderas síntesis de la comunicación humana, y todos sabemos cuán incompletas son en sus contenidos. Cuando encontramos en ellas un nombre y un apellido tenemos datos sobre un teléfono o un domicilio, pero ignoramos la edad, el nivel de preparación cultural y su estándar de vida, y finalmente cuál es el resultado de su vida sentimental.
Esa carencia de profundidad en la información, hace que los bancos de datos de aquellos que intentan hacer marketing telefónico, sean recintos oscuros cuyos contenidos no están a la vista. Todos, insensiblemente nos estamos convirtiendo en los desconocidos de siempre. La explosión demográfica en este mundo, nos está transformando en meras partículas de una población globalizada, pero absolutamente desigual.
La sociedad de consumo nos iguala en lo superficial, pero no nos distingue en lo profundo. Nos despierta inquietudes impulsivas de gasto, que nos convierten en dependientes de modas o apetencias artificiales o superficiales. El último juguete para nuestros hijos no siempre cumple una función pedagógica, sino que genera una peligrosa adicción.
Publicitariamente nos quieren enseñar a gastar, pero no aprendemos a ganar lo suficiente mediante el trabajo honesto. Y lo más peligroso es que perdemos la noción del tiempo, en una falsa conquista del espacio.
Quienes tratamos de llevar con un poco de elegancia las canas que portamos, hemos escuchado desde hace mucho tiempo una frase, que se usaba como último argumento para defender posiciones perdidas: son las contradicciones del sistema. Pero ahora me pregunto, si esas palabras, en forma evasiva, no son también aplicables a otras doctrinas pujantes en este momento que pretenden medir la felicidad del hombre según el producto bruto interno, sin discriminar adecuadamente las auténticas necesidades de las personas y la generación artificial de adicciones que hacen que se pierda la libertad por efectos de la irresponsabilidad.
Resulta difícil vivir, por más supermercados que inauguremos, si no desarrollamos una auténtica cultura de vida, en la cual la convivencia no está perturbada por quienes tienen y piden más, y quienes no tienen y no saben qué es lo que vale y cómo lograrlo.
Los medios de comunicación masiva no siempre aceptan y cumplen un rol docente. Les basta que funcione bien la capacidad para atraer lectores o espectadores, cualquiera sea la manera de convocarlos y retenerlos.
Los altos decibeles de ciertas músicas nos hacen bailar a todos, pero ensordecen nuestros oídos y terminan haciendo inaudibles nuestras voces.
Para algunos, para ser basta parecer. Para otros, para estar es necesario figurar. De esta manera los conocimientos esenciales son reemplazados por la suerte o un hipotético cálculo de probabilidades. El boom del Internet no va a levantar los niveles éticos de una sociedad que sólo quiere medirse en velocidad, pero no en responsabilidad.
Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 670 del 1° de marzo de 2000 |