Siempre he sostenido en mis notas que, el gran avance tecnológico que ha desarrollado el hombre no significó un avance proporcional en su conducta. El ciudadano de hoy se engaña, y es engañado, con los mismos mecanismos y reflejos que el de la Roma antigua.
El pan y circo de antes sigue siendo, no un mecanismo lógico de distracción, sino una fuga de las responsabilidades, y un lugar en donde la violencia se manifiesta en el espectáculo y también en los espectadores. El Coliseo romano mantiene su vigencia en los modernos estadios que pululan en las ciudades y sus alrededores. La sangre que allí se derrama no es consecuencia de accidentes sino de incidentes, que se convierten en episodios demasiado frecuentes. Ni antes todo era valor y destreza, ni ahora todo es deporte, ni limpias reglas de juego.
Pero, ya que menciono la palabra juego, ésta también es una característica de la persona. El espíritu lúdico, puede transformarse en una adicción, que termina convirtiendo, lo que puede ser un acto de relax, en una obsesiva dependencia perjudicial para la salud sicológica y moral del individuo. Todo apoyo que se da a la difusión de los juegos de azar alienta el desarrollo de malos hábitos, que impiden el crecimiento individual y social, a través del trabajo inteligente.
La explotación organizada del juego se convierte, desde su comienzo, en la explotación metódica del hombre. Resulta inhumano el aprovechamiento de las falencias de la gente. Ninguna sociedad crece de manera sólida, si sus componentes tienen comportamientos erráticos y desequilibrados
El jugador apuesta para tener un mejor futuro, y en esa actitud pierde tanto el presente como el pasado. Con el tiempo, como en todos los vicios adquiridos, su obsesión se vuelve desmedida. Algunos dicen que necesitan sentir la sensación de fracaso en la apuesta, de la misma manera que el fumador acepta su carraspera crónica.
Esa tendencia adquirida, que lleva al individuo a una invalidez social, parcial o total, es aprovechada por quienes se dedican a organizar el juego, sea éste paralegal o ilegal. Los gestores de las salas de juego usan los mismos argumentos de aquellos que hablan de la libertad sin trabas en el tráfico de drogas, como una manera de que el negocio ilegal de la comercialización a escondidas, fracase frente a la libre competencia. Argumentos similares se emplean también para legalizar la prostitución, como una manera de tener un buen estándar sanitario sobre el tema. ¡Oh casualidad! esas tres actividades son explotadas por familias que están emparentadas entre sí.
Cada tanto participan en la difusión de estos temas hombres políticos, que dan la sensación que están metidos más en una guerra por el juego, que contrael juego. A veces se escuchan opiniones que consideran que hay que controlar el juego a través del Estado, como si no hubieran demasiadas sospechas de corrupción mediante el Estado.
También se han escuchado falaces argumentos como que los casinos generan puestos de trabajo; desde ese muy discutible punto de vista, los prostíbulos darían oportunidad a las jóvenes para obtener su primer empleo, y quizás con el tiempo encontremos algún parlamentario en la búsqueda de igualdad de oportunidades que marca la Constitución, que pida para esos sitios un cupo de un treinta al cincuenta por ciento, para los gay, evitándo así la discriminación sexual. Algunos países han logrado incrementar el turismo receptivo internacional con la prostitución infantil ¡sería interesante examinar los argumentos políticos de los que toleran esa permanente esclavitud!
Esos hábiles disertantes políticos, que trabajan exclusivamente para su intimidad, son capaces de convertir un pequeño país en un gran quilombo. ¡Todo depende del cálculo de probabilidades!

Carlos Besanson
Conceptos ya publicados en el Diario del Viajero n° 717,
del 24 de enero de 2001