La Constitución Nacional, felizmente vigente, nos convoca periódicamente para elegir a quienes representarán al pueblo, no a quienes nos mandarán. Esta distinción, quizás obvia, conviene recordarla constantemente por la tendencia repetida de algunos que se olvidan que la investidura del mandatario no puede ser superior a la del mandante que le otorga su poder.
Prácticamente cada dos años las calles se llenan de mensajes que buscan penetrar en los hogares para finalmente reflejarse en los resultados de una urna. Recién en esa época muchos representantes perciben que llegó el tiempo del examen, y como muchos alumnos se atosigan en pocos días con lo que debieron decir o hacer en un período mayor. A diferencia de los escolares quienes aprueban el examen, repiten por un nuevo período su compromiso de desarrollar una labor intensa y leal en favor de un sector de la sociedad que lo contrata para una función.
La clave para que una democracia tenga una vigencia no meramente declarativa, está en que la postulación de los aspirantes a ser electos, sea lo suficientemente amplia y seria para el electorado pueda hacer verdaderamente una selección y no una opción. Sólo así la urna que contiene los votos expresará la voluntad consciente del ciudadano que deposita su voto, y no será la azarosa insaculación de aspirantes a un sorteo de cargos.
Los romanos nos hablaban del cursum honorum mediante el cual quien actuaba en ciertas funciones iba adquiriendo conocimiento de sus tareas, y el reconocimiento por parte de los ciudadanos de su equilibrio y sabiduría. Esa suma de experiencias la iban trasladando poco a poco a nuevas funciones con la preparación adecuada. La historia de la vieja Roma no nos ha trasmitido datos sobre las características de todos los que concurrían a disputar los cargos electivos. Pero ser buen orador y poseer la prudencia de un buen padre de familia ayudaba a ser reconocido. Nada se dice en los relatos de antaño sobre si esos prohombres sabían cantar muy bien o corrían estupendamente en las carreras de caballos, vehículos empleados en aquel entonces.
¿Cuál es la preparación que debe tener un futuro concejal, intendente o diputado? Si se requiriera un título terciario estaríamos limitando la capacidad del representante a un solo sector de la sociedad. Si prácticamente el hecho de ser dirigente de una corporación gremial basta, también estamos limitando el acceso a la postulación. No hay duda en que en muchos casos dirigentes gremiales y empresarios tienen títulos universitarios, pero esa no es la condición esencial que avala la capacidad para la tarea elegida. Ni la Constitución Nacional ni las leyes deben trabar en ese aspecto el acceso al poder temporal. Pero las Universidades y los institutos de capacitación de funcionarios deberían promover cursos intensivos que enseñen temas esenciales propios de la función, para evitar que el período de aprendizaje se cumpla cuando ya se está en tareas.
Es conveniente que si algunos de los candidatos son poseedores de títulos profesionales, los mismos sean conocidos por el elector, como un elemento que le permita ponderar el tipo de capacitación que tiene. Asimismo sería tan interesante que el postulante tuviera obligación legal de hacer una declaración pública de bienes, por el solo hecho de concursar en una elección interna. Esto último permitiría una constante radiografía sobre el crecimiento patrimonial de aquél que renuncia a todo para servir a sus conciudadanos. Si pudiéramos medir mejor la generosidad de muchos altruistas sacrificados, tendríamos menor cantidad de juicios políticos a posteriori. Es mejor que los ciudadanos conozcan antes los antecedentes de quienes quieran representarlos, que después, a través de imputaciones escandalosas de sus rivales políticos. El conocimiento previo de quién es quién, qué estudió, y qué sabe hacer es absolutamente constitucional y ayuda a la democracia. No limita al postulante, pero sí ilustra al elector, y la urna se llena con mandatos meditados, y no con opciones que con el tiempo sorprenden. En la democracia todo debe ser transparente, incluso la vida de los mandatarios. Sino perderemos mucho tiempo curando las quemaduras de quienes pusieron las manos en el fuego por sus candidatos.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero Nº 227 de setiembre 4 de 1991 |