así comenzaba Émile Zola, en el periódico L’Aurore, su carta al presidente de Francia Félix Faure, publicada el 13 de enero de 1898 El tema estaba vinculado al affaire Dreyfus y el impacto que la misma produjo en la sociedad fue enorme.
La fuerza de los argumentos y el prestigio periodístico literario de su autor implicó todo un cambio en el encuadre legal de ese episodio histórico francés que confundía a esa nación.
¿Cuánta gente hoy tendría ganas de escribir una carta al presidente de la República y a todos los funcionarios oficialistas y opositores? En el fondo cada boleta electoral depositada en las urnas es una carta, pero con enormes limitaciones en su contenido y mensaje. En este momento tan crítico, una enorme cantidad de ciudadanos quisieran tener acceso a otra forma de transmitir sentimientos, conocimientos, o dudas. a mi entender no es a través de manifestaciones ruidosas, orquestadas profesionalmente mediante bombos y platillos, con el agregado de parlantes multiplicadores, que se demuestra la popularidad, o la adhesión a una protesta. Medir en decibeles la fuerza argumental de un sector, es perder la armonía social mediante el ruido.
El acceso constante a todo tipo de medios de comunicación por parte de los ciudadanos, no debe estar limitado a la mera lectura, escucha, u observación de los mismos. La participación en el intercambio de opiniones entre editores y espectadores, debería ser tan intensa, que el protagonismo del receptor obligue a tenerlo en cuenta en el contenido de un programa o publicación.
Esta sería una de las mejores maneras en que el público exprese sus ideas, y el ciudadano sea el sujeto de atención permanente por parte de los funcionarios, y no sólo cuando se acerca el período electoral.
Esas cartas y mensajes, que continuamente deberíamos dar a conocer, en reuniones familiares, sociales, o de grupos de intereses, tendrían que ser leídas y discutidas en esos encuentros, sin politizarlas en forma desmedida, pero sí convirtiendo el mensaje a los funcionarios en un tema más que hace a una conversación o corto debate
De más está decir que no debemos dramatizar esas reuniones, quizás, con un poco de sorna teatralizarlas e ironizar, de la misma manera en que los destinatarios de esos mensajes teatralizan sus libretos en espera de beneficiosos aplausos.
En otras palabras, el borrador de cada nueva carta de un ciudadano debe ser leído, discutido y corregido por su grupo familiar, sus amigos, sus condiscípulos, sus compañeros de trabajo, los socios del club, a fin que cada uno de los componentes grupales emita también su ¡Yo acuso…! Carta al Presidente de la República. En ese momento habremos creado una nueva Aurora…en la cual no queden impunes, por ocultamiento, las responsabilidades acumuladas.
Esta constante participación ciudadana en la vigilancia de la administración de la cosa pública, permite romper cualquier silencio cómplice y afirmar la democracia, que decae siempre que la miseria altera falazmente las prioridades en la vida. Sin verdad es falsa la autoridad, por lo tanto, funcionario que se escuda en la ignorancia de los hechos pierde jerarquía, y ese vacío, culposo o doloso, perturba a toda una sociedad que resulta engañada.
Ningún plan político-económico es aplicable si el mismo requiere que el hombre común, el profesional o el empresario, necesite el asesoramiento permanente de gente que le haga la exégesis de cada norma, con todas las variables interpretativas, que una redacción polivalente obliga a hacer. Además esas confusas normas son constantemente sustituídas por otras, tan ambiguas como las primeras, que llevan a una costosa e improductiva burocracia, tanto en la actividad privada como pública.
La delegación en la aplicación de facultades que se da en toda democracia, genera en quien recibe el encargo, un honor y una responsabilidad, que implica según el caso, un premio o un castigo. Si no tenemos el equilibrio y la fuerza para otorgar o sancionar con ecuanimidad, según corresponda, la Constitución de un país se convierte en una expresión de deseos incumplidos.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 758, del 7 de noviembre de 2001 |