Torear es fácil,
si viene el toro se quita usted,
si no se quita,
lo quita él.
Dicho andaluz
Recuerdo que en mi adolescencia un amigo pasó varios meses residiendo en España. A su regreso estaba tan entusiasmado con el espectáculo de las corridas de toros que había visto, que las primeras semanas se dedicaba irresponsablemente a torear a los automóviles que se le cruzaban. Por aquel entonces las manijas de las puertas de los vehículos sobresalían de la carrocería, y por lo tanto el peligro de quedar enganchado en ellas era grande. Mi amigo confundía la raza Miura con las marcas Chevrolet o Ford, de la misma manera que el Quijote lo hacía con los molinos y los gigantes.
¿Cuántas veces nos probamos en lidias innecesarias con contendientes que no siempre responden a la imagen que uno tiene de ellos? En realidad, el torero no es más fuerte que el toro, y por lo tanto necesita ser más hábil, por razones de supervivencia. Si uno no da el paso apropiado el toro que embiste puede significar la adversidad. El toro que pasó representa sólo el éxito circunstancial frente a una nueva embestida.
El desfile inicial, con que comienza todo espectáculo taurino, semeja a algunas fastuosas declaraciones de guerra, con bandas, banderas y pendones. El rival o enemigo, en este caso el toro, entra solo sin conocer claramente las reglas del juego. La cuadrilla que acompaña al toreador se dedica con unos pases iniciales a estudiar las características o mañas del animal, como para que el factor sorpresa quede reducido al mínimo. Luego viene la corrida propiamente dicha y finalmente en la faena, a veces el torero es herido y pocas veces se le perdona la vida al toro.
En ciertas oportunidades cumplimos el rol de toreros, y en otras el de toros. Saber entender las circunstancias en que nos vemos obligados a realizar una tarea u otra nos permite un mayor grado de supervivencia en una sociedad en la cuál, algunos de sus componentes buscan y generan espectáculos crueles para satisfacer sus impotencias.
Cuando vemos en ocasiones conferencias de prensa, o determinados reportajes, observamos con sorpresa cierta falta de profesionalismo en quienes hacen la pregunta, o en los que responden. A veces da la sensación de la fiesta de San Fermín, en los países vascos, en que todos los hombres salen a la calle corriendo en forma confusa delante de una manada de toros. Hay momentos en que resulta difícil saber quién es que está tratando de escaparse, el toro de la gente, o la gente del toro. Así también en la labor periodística muchas preguntas, indebidamente formuladas, no ayudan a clarificar situaciones o intenciones. Así mismo algunas contestaciones no son dignas de elogios.
El ping pong de preguntas y respuestas, cuando no está bien ejecutado, es un burdo peloteo que no debería tener mayor trascendencia. Sin embargo hay personas que pretenden tener prensa, aceptando cualquier circunstancia para hablar sobre temas que no dominan, o para hacerlo en momentos inoportunos. Hasta hace pocas décadas era habitual decir discursos en los sepelios, lo que era aprovechado por oradores de distintos niveles y calidades para llamar la atención de un público conmovido. Los hábitos y costumbres han variado y la radio y la televisión convocan a toreos que no siempre dan un buen espectáculo periodístico. No debemos llenar espacios de tiempo de nuestro público, robándoselos injustamente. Las astas del toro se hacen sentir frente a los no profesionales, lastimando en forma indecorosa.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 337, el 13 de octubre de 1993 |