Los diccionarios nos señalan que terremoto es la trepidación de la tierra causada por movimientos súbitos de la corteza, ¿cerebral? El término se restringe a movimientos terrestres naturales trasmitidos a ¿o desde? distancias considerables. La mayoría de los terremotos se originan en fallas ¿humanas? que atraviesan el manto rocoso, a lo largo de los bloques ¿políticos? terrestres de uno y otro lado, los que se acomodan ¿negociando? para restablecer el equilibrio. Muchas veces el acomodamiento es repentino ¿y sorpresivo? y la vasta energía generada se traduce en una vibración del manto ¿o monto? que se trasmite a varios millares de kilómetros.
Confío que mi lector amigo me perdone las transgresiones y el juego de palabras, destinado fundamentalmente a no dramatizar las situaciones graves, por la que pasamos todos los ciudadanos de nuestro amado país. Es que los cimbronazos que recibimos se asemejan a un terremoto económico-social. La destrucción de personas y bienes acongoja a muchos. El salvataje y rescate de los sobrevivientes es nuestra común tarea. La reconstrucción es un compromiso generacional
Sin perjuicio de cumplir con esos objetivos inmediatos, como también los de corto y largo plazo, debemos una vez más hacer autocrítica sobre nuestros errores, conceptuales y de ejecución. ¿Hemos tenido en cuenta que todo endeudamiento, público y privado, equivale a construir sobre una falla? ¿Hemos considerado que la ineficiencia nos quita la solidez necesaria para perdurar en cualquier tipo de actividad? La creación de puestos de trabajo debe hacerse sobre bases reales de una actividad necesaria y apreciada por todos; los puestos ficticios son formas encubiertas de corrupción o de mal gerenciamiento. Inventar dialécticamente trabajo no es lo mismo que crear trabajo auténtico. Si los conductores políticos, empresarios y sindicales no advierten la diferencia, evidentemente no están preparados adecuadamente para levantar el estándar de vida de todo un pueblo. tenemos que producir más y con mejor calidad para poder repartir con abundancia.
El precio justo de cada producto o servicio depende de la habilidad para producirlo o prestarlo.
Estos conceptos no son nuevos, ni están dichos a raíz de las actuales circunstancias. Diez años atrás advertíamos, con mucha preocupación, que la forma en que ejecutabamos los discursos nos llevaban por caminos diferentes. Vale como breve ejemplo los textos que transcribimos: 
La revolución productiva, que la mayoría de los ciudadanos considera necesaria, debe hacerse con inversión de capital, con alta tecnología y con inteligencia aplicada en el accionar humano. Todo lo que se aparte de este concepto implica el riesgo de que esa revolución se degenere y sea destructiva.  (DV nº 241, 11 de diciembre 1991)
Cuando un gobierno reconoce que no puede manejar un Estado sobredimensionado e ineficiente, lo único que hace es admitir la existencia de una vaga enfermedad, sin lograr determinar un diagnóstico preciso ni sus causales; menos aún, puede proponer un tratamiento sobre algo difuso y confuso. Pensar que quienes lucraron impiadosamente con el Estado dejándolo exangüe, van a modificar su conducta, es creer en una conversión masiva sin que existan hechos que evidencien el cambio. Desde adentro y desde afuera, en forma alternativa o simultánea, muchas figuritas y figurones llenaron sus alforjas con dinero mal habido. (DV nº191, 26 de diciembre 1990)

Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 191, del 26 de diciembre 1990