Dicen los criminólogos, y los sociólogos que estudian las conductas delictivas, que el estafador siempre trata de aprovechar el espíritu de lucro desmedido de su posible víctima. Es decir que se intenta engañar tentando con una ventaja o beneficio poco común
Si traspolamos este concepto al terreno político veremos que muchos actores y partícipes de ese quehacer, aplican idéntica regla de juego, en la creencia que las promesas de utopías sin esfuerzo son útiles para conseguir el consentimiento de ciudadanos mal preparados.
Los ciudadanos no deben caer en la falacia de creer que haya hombres que puedan recrear nuestro mundo en siete días. Divinizar a un jefe de Estado era un error propio de otros tiempos. No hay duda que existen aún pretendientes que quieren asumir esa función como forma de respaldar su sinrazón. El absolutismo de un Luis XIV que se autodefinió con su famoso L’Etat c’est moi (El Estado soy yo), terminaba en un Après moi le déluge (Después de mí el diluvio).
Pero parecería que esos reyes totalizadores del poder, al desaparecer, tuvieron infinita cantidad de herederos en aquellos que resolvieron sacrificarse por la sociedad. Muchos siguen confundiendo de hecho su situación personal con la función que cumplen. Otros con su conducta lo único que generan es el Diluvio que viene.
Toda una madeja de normas surgidas de leyes, decretos, resoluciones y dictámenes, crea una total incertidumbre jurídica para todos los ciudadanos. Nos atrevemos a decir que ni siquiera los abogados y aun los jueces tienen el dominio de esa constelación de estrellas y meteoritos que nos rodean en la soledad del espacio. Como en la obra de Kafka, El Proceso, todos debemos ser infractores de algo aunque no sepamos en qué, por qué y cuándo. Ya aparecerá un funcionario soberbio que sin saber Derecho pretenda imponer un reglamento sobre una norma constitucional, o un decreto enmendándole la plana a una ley.
Sólo la resistencia no violenta, pero si activa, del ciudadano, podrá anular el absolutismo de los pequeños funcionarios, o los pases mágicos de los mistificadores y aprendices de brujos.
No está muy lejano aún el caso de un ministro de Bienestar Social que llenó la primera plana de todos los diarios cuando prometió inescrupulosamente que en cinco años construiría un millón de viviendas. En ese momento muchos prefirieron creer por si acaso y en callar por las dudas. El noventa por ciento de la población actual vivía en ese entonces, y son muchos los testigos de esa falsa promesa que deberían recordar como vacuna contra nuevas recaídas.
Sólo el trabajo intenso e inteligente de cada uno de nosotros levantará nuestro promedio de vida. Cada una de las falsas expectativas que aceptemos, serán un nuevo timo a nuestra sociedad de ciudadanos en formación. C.B.
Publicado en el Diario del Viajero nº 273, del 22 de julio 1992
Muchos años han pasado desde que publicara este artículo precedente. Recuerdo que una vez, visitando el castillo de Versailles, tuve oportunidad de observar el dormitorio del monarca, que estaba lejos del que ocupaba la reina, y ahí escuché un relato sobre ciertas costumbres, que me sorprendieron debido a mi ignorancia. Era habitual que el rey hiciera sus necesidades delante de los miembros más conspicuos de la corte, que lo entretenían con relatos y canciones mientras realizaba sus esfuerzos. Si tenía éxito en su concentración, sus ad lateres lo aplaudían entusiasmados.
No debemos buscar sabiduría en las heces de los grandes hombres, y el aplauso de los cortesanos no cambia el real contenido de lo que despiden. Una sociedad no debe callar las barbaridades de aquellos que pretenden ser seleccionados para administrar la cosa pública.
Carlos Besanson |
