El reciente fallo de un Juez del
departamento judicial de Mar del Plata sobre la obligación
de que los casinos de esa zona tengan una advertencia
a sus clientes, en la cual conste el peligro,
y por lo tanto el riesgo, de la adicción al juego, nos
permite rememorar algunos artículos que hemos publicado
sobre el tema.
Así como las tabacaleras tienen
la obligación de señalar que el fumar daña la salud,
también quienes explotan el juego deben hacer mención
del daño potencial de esa actividad.
Carlos Besanson
Publicado el 21 de octubre de 1998,
DV nº599
El ser humano esconde sus inseguridades
y falencias detrás de esquemas y artilugios. La suerte
y la mala suerte simbolizan, falsamente,
la razón de ser de los absurdos y contradicciones de
las conductas humanas, de sus consecuencias, y por lo
tanto de parte de los avatares de la vida. Es así que
el juego se convierte en la gran opción de quienes
no confían plenamente en su preparación intelectual,
ni en su capacitación laboral, ni en su equilibrio espiritual
y sentimental.
En el fondo de su ser, todo
jugador es una persona insegura, tan es así que generalmente
conlleva, con su fuerte adicción, un basamento apoyado
en gestos y símbolos supersticiosos. Eso es apreciado
fácilmente por todos aquellos que hemos observado, de
cerca, a quienes hacen del juego una vía de escape...
a ninguna parte.
El juego oficial, es
decir aquél que está pseudoadministrado por el Estado,
o reglamentado por el mismo, es una opción que se presenta
como un servicio a la sociedad, para neutralizar
el llamado juego clandestino. Ese juego legalizado
es constantemente promovido por campañas de marketing
y publicidad que alientan las cortas expectativas y
esperanzas de los adictos. De igual manera, para evitar
críticas y remordimientos sociales, se dice que un porcentaje
de lo recaudado está destinado a obras de bien.
Estos aportes contrarrestan en forma minúscula el empobrecimiento
que genera en la sociedad y en sus componentes, el desgaste
económico, y los permanentes conflictos, familiares
y ambientales, que el juego produce
Con respecto al juego clandestino,
quienes disponemos de memoria sabemos que nunca lo fue.
Desde las carreras cuadreras, en donde ganaba,
cuando corría, el caballo del comisario, hasta
los levantadores y capitalistas de juego, todos
eran conocidos por los clientes y por
quienes tenían la obligación de hacer cumplir la
ley.
Pero la tecnología ha generado
variantes novedosas para incrementar y facilitar el
acceso al juego. Es que los adelantos científicos y
técnicos son instrumentos que pueden ser mal usados,
desde el punto de vista ético y moral. La creación de
casinos en hoteles con marcas reconocidas
en sus denominaciones, o el desarrollo de bingos
barriales, alternan con casas de lotería o prode,
que buscan estar próximos a sus potenciales clientes.
Pero el afán de incentivar el
espíritu en la búsqueda fugaz de lo aleatorio, ha logrado
poner la electrónica al servicio de una nueva forma
de recaudar, llevando el garito a domicilio.
La combinación de medios televisivos con la telefonía
digital amplió la participación de adeptos, y la malformación
en nuevos iniciados.
Resulta alentador que en Estados
Unidos una enorme cantidad de personas, que han fumado,
reclamen importantes indemnizaciones a las firmas tabacaleras
por los perjuicios sufridos en materia de salud. Pero
considero que ese mismo criterio jurídico, es aplicable
también a todos aquellos que explotan empresariamente
la debilidad ajena, perjudicando su calidad de vida,
que no está referida solamente a su salud, sino también
a su tranquilidad y la de su familia. Nadie puede defender,
con argumentos válidos, la adicción al juego como un
hecho positivo para el entorno social. Todo lo que es
promoción del mismo, finalmente estropea a los individuos
y a sus familias, aunque la banca ceda algún
porcentaje ¡para obras de bien!
Los organismos del Estado que
deberían controlar a los concesionarios de frecuencias
y de redes de comunicación, soslayan la función de protección
del bien común del usuario. Parecería que, mientras
se discute cómo debe ser la educación de nuestros niños
y jóvenes, se les ofrece la oportunidad de enviciarse
por otros canales distintos. Es que ciertos funcionarios
están apostando a que todo está bien, mientras
se juegan los destinos de una comunidad ciudadana,
de una manera tal, que puede no tener retorno.
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