Los juegos de azar por dinero
no son una distracción sino una difícil adicción, que
requiere tratamiento para neutralizar las dramáticas consecuencias
que generan. Por eso toda promoción pública de tal tipo
de actividad daña a la sociedad.
Por lo tanto reproducimos la tercera
parte de la nota editorial que oportunamente publicamos
en la edición número 650, el 13 de octubre de 1999.
Carlos Besanson
LOS MEDIOS, LOS FINES, LAS SOMBRAS
Cuanto mayor es el grado de
inseguridad que tiene el hombre, mayor es la tentación
para jugar, arbitrariamente, su destino. En una sociedad
en donde la escala de valores ético-morales fluctúa
en niveles bajos, más intensa es la tendencia al escapismo
absurdo
Por lo tanto, que el Estado
se preocupe en organizar el juego, bajo la débil y discutible
excusa de evitar el juego clandestino, semeja tan absurdo,
como organizar robos para quitarle trabajo a los ladrones
no habilitados oficialmente.
Es falaz el argumento, que a
veces emplean ciertos funcionarios, del destino social
que se le da a los beneficios. Si promediamos una
utilidad real de un diez por ciento, sobre el total
de las sumas recaudadas por el juego oficial,
llegamos a la conclusión que se le saca a los
participantes un noventa por ciento más, que no va a
ningún tipo de obra benéfica
Más aún, si lo que se busca
es encauzar las tendencias de los individuos, que han
adquirido el hábito y la adicción al juego, toda promoción
y publicidad oficial sobre el tema, incita, en vez
de advertir, sobre la dependencia hacia esos malos
hábitos.
Otro de los argumentos improcedentes
que se da, es que el juego organizado en alto nivel
alienta al turismo. También lo incita cierto tipo de
turismo como la prostitución infantil, la caza
de animales en extinción, y todo acto que no se puede
hacer fácilmente en el país de origen. Es mentiroso
hacer creer que estas actividades deben ser organizadas
por los funcionarios, para evitar que ocupen esas funciones
delincuentes mafiosos. Muchas veces, esos
delincuentes ya están infiltrados en el Estado.
Publicado en el Diario del Viajero nº 297, el
6 de enero de 1993
En un mundo en el que los componentes
sociales se sienten cada vez más participativos, como
una forma de ejercer una democracia auténtica, la función
de la prensa consiste en iluminar zonas oscuras, para
que las situaciones adquieran los relieves que los definen,
y que por lo tanto la ciudadanía tenga elementos de
juicio para valorar hechos y conductas.
También la prensa debe cumplir
una función preventiva en la cual, sin que nadie se
sienta circunstancialmente ofendido, se muestren los
riesgos que corren instituciones apreciadas, cuando
ellas recorren caminos que no le son propios.
Adjudicar a una importante fundación
la explotación de una agencia receptora de apuestas
sobre carreras de caballos, constituye un compromiso
discutible. No basta que en apariencia se hayan dictado
normas legales que cubran esa situación. En los fines
específicos de creación de la fundación, destinada a
una labor de investigación y tratamiento de primerísimo
nivel, no figura un objetivo tan diferente como el de
la explotación de apuestas hípicas. Se podrá decir que
es un ingreso más para cubrir requerimientos científicos
o académicos, pero éste es un argumento poco aceptable.
Quizás sea mucho más evidente
esa dicotomía en los fines, si aplicamos la
demostración por el absurdo en ciertas situaciones
imaginadas. Por ejemplo: no nos parecería lógico que
una Cámara Penal administrara oficialmente un bingo
para obtener fondos que reforzasen su presupuesto, destinado
a administrar justicia. Desde ya todo jugador se sentiría
más seguro interviniendo en un bingo así
controlado, pero no sería una situación coherente. Tampoco
nos resultaría digerible que ciertas instituciones religiosas
tuvieran oficinas habilitadas para vender lotería, prode
o quiniela, por más que el destino de los fondos así
habidos fuera el apoyo de obras a beneficio de los pobres.
No hablemos de las hipótesis en las cuales se autoricen
el funcionamiento de prostíbulos, dándose un porcentaje
de los ingresos a los hospitales públicos que beneméritamente
cuidan la salud de la población.
La vieja discusión de si
el fin justifica los medios, se puede dirimir con
claridad si parcializamos la premisa, es decir, ¿cuáles
son precisamente los fines? y ¿en qué consisten los
medios empleados? La confusión en las líneas de conducta,
no solamente pueden alterar el aprecio de obras muy
importantes, sino que alientan pasos equivocados en
aquellos que necesitan, imperiosamente, buenos ejemplos.
Los grandes maestros de la juventud no deben tener
sombras, ni deben ser mandantes o mandatarios de juegos,
que aunque permitidos legalmente, son azarosos para
aquellos que los practican.
Quienes buscan en la ciencia
una mayor seguridad y tranquilidad en el hombre no pueden
facilitar el juego. Se dice que las carreras de caballos
son el deporte de los reyes, sin embargo quienes
más juegan, y más pierden, son los que funcionan como
peones en ese gran tablero de ajedrez que es la vida.
Es conveniente que los científicos, y sus fundaciones,
trabajen para salvar al Hombre en su plenitud, y no
solamente al cuerpo de ese hombre. C.B.
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