Estoy
dispuesto a admitir que un profesional puede decidir
no prestar sus servicios si no lo considera conveniente,
o simplemente no desea hacerlo (algo discutible: algún
compromiso asumimos cuando nos graduamos, ¿no?). No
lo digo por mera corrección política,
sencillamente prefiero reservarme el mismo derecho para
situaciones muy excepcionales.
Aun
así, negarse a atender psicológicamente
a alguien porque conoce de algún lado
al candidato, o porque trabaja ahí mismo
donde uno, o porque es familiar de otro paciente
resulta, cuanto menos, infundado. Como argumento es
de cuarta y, si revisamos bien, en ningún Código
de Ética Profesional dice que se le deba retirar
la atención a un consultante por esa razón.
O sea que asumir que ese rechazo se deba a "una
cuestión de ética" apunta
a disparate.
Para
entenderlo mejor es inevitable remontarse a los orígenes
de todo este asunto, que debe datar al menos de un par
de milenios. La cosa viene de los médicos allá
por lo de don Hipócrates, que parece que recomendaban
no atender a familiares y amigos propios. Algo
bastante razonable en vista de lo azaroso de andar trasteando
con la humanidad de un pariente o amigo, gente con la
cual uno se pone nervioso y se hace difícil mantener
la ecuanimidad. Y es que si se le moría o quedaba
algo averiado, no sólo se ganaba la pena o la
culpa, sino que capaz que le generaba un considerable
chisporroteo con la familia o las relaciones. Las
propias, obvio. Visto en clave cínica y socarrona
no faltará quien prefiera suponer que la cosa
tenía más que ver con que siempre resulta
incierto el reclamo de honorarios a parientes y amigos,
muertos o sobrevivientes.
La
cuestión fue juntando polvo y formalización
con los siglos. Pero eso sí, sin exagerar porque
de extenderse a meros conocidos, compañeros de
trabajo, parientes lejanos, o a familiares, amigos y
conocidos de los mismos, terminaba con que el pobre
médico se quedaba sin pacientes a la primera
de cambio.
Hasta
ahí la cosa resulta comprensible, y los psicólogos
clínicos, con muy buen criterio, asumieron una
tesitura similar para su práctica profesional
desde que se creó la especialidad.
Todo
bien, hasta que arrancaron con el absurdo posmodernoso
de la "contaminación", un concepto
que supone que el psicólogo es un pobre tipo
incapaz de tomar un poco de distancia, o ejercer la
suficiente disociación instrumental como para
poner entre paréntesis los motivos personales
en su actividad profesional. A veces uno se pregunta
para qué fueron a la facultad de psicología
si no les enseñaron cómo hacerlo, o porque
no los entrenan adecuadamente en plantearse estas cuestiones
y resolverlas de un modo racional. O ni preguntarse
porque ya sabe.
A
pesar de que no todos creemos en eso del "inconsciente",
por más que fuerza y buena voluntad que pongamos,
ya se sabe que éste nos traiciona siempre.
Y que es algo que sirve, entre otras cosas, para rechazar
candidatos a "pacientes" con la excusa de
que una vez vio pasar por la calle a la tía abuela
del susodicho paciente. En fin, de todos modos es cosa
de los creyentes perderse unos pesos en homenaje a la
"contaminación" y puede que sea un
gaje del oficio. En cuanto al pobre sufriente necesitado
de una oreja comprensiva, mejor que se vaya del pueblo
para conseguir quién le dé bola.
Eso
me lo banco, pero por favor, que no digan que lo hacen
por una cuestión de "ética",
porque seguro que resulta una falta de respeto para
los que no admitimos tal cosa, y a cualquiera le jode
en serio que se insinúe que uno es un inmoral
porque atiende puntualmente a todos los que llegan a
un servicio público en busca de ayuda. Tirando
a ofensivo, mire, una guarangada...
Ocurre
que la cosa sólo tiene sentido si uno la va de
psicoanalista. Pero ocurre que hay otros psicólogos
que no piensan ni operan bajo los mismos supuestos conceptuales
que los freudianos y prosélitos. Quienes trabajamos
con enfoques disímiles -cognitivo, comportamental,
o neuropsicológico, por ejemplo-- opinamos exactamente
lo contrario. Para los psicólogos sistémicos
que se enfocan con predilección en lo relacional,
obligados a centrarse en el grupo familiar o
del entorno, la cosa supone llanamente un insulto. Acostumbramos
a convocar pareja, hijos, padres, o a cualquier persona
del entorno, aceptamos incorporarlos incluso como nuevos
consultantes si así lo demandan y, adicionalmente,
intervenimos para mejorar las condiciones institucionales
atendiendo a nuestros compañeros en nuestro espacio
de trabajo.
Para
todos estos otros psicólogos, rechazar a una
persona necesitada de atención en base a un prejuicio
tal como la noción no demostrada de "contaminación"
puede implicar una discriminación, en especial
si ese profesional es el único al que la gente
puede recurrir por cuestiones geográficas o económicas.
El
asunto llega a veces a niveles sublimes de despropósito,
como le ocurrió a una enfermera que me consultó
hace unos meses, la cual en medio de una crisis personal
decidió buscar ayuda y se tuvo que comer el rechazo
de la psicóloga "porque trabajaba en el
mismo lugar que ella". Juro que la anécdota
es verídica, y lo peores que el tema se reitera
bastante seguido.
A
pesar de la mala impresión anterior, decidió
intentarlo nuevamente conmigo, vaya uno a saber por
qué. Le aclaré que, aunque no comparto
el criterio del profesional, se trataba de una decisión
que hay que respetar. Con ese antecedente, no era mala
idea buscar en otro lado. Para suavizar su mala impresión
le recordé que eso suele ser una cuestión
de piel y en ocasiones no nos sentimos cómodos
con un profesional en particular, sin que nadie tenga
la culpa. Quizá lo haya dicho por una especie
de reflejo corporativo, pero después de todo
es mi profesión.
--Es
que ahí no termina la cosa --me dijo-- Ocurre
que me las arreglé por mi cuenta en ese momento,
y al cabo de un tiempo me la encuentro en la calle,
y lo primero que me dice luego del besuqueo ceremonial
fue que ya no estaba atendiendo en el hospital. Y me
invitó a su consultorio.
--¿Y
que hiciste?
--Para
empezar le recordé lo que me había dicho
en la ocasión anterior, y para terminar le zampé
algo así como que, al parecer, la ética
no es la misma si uno puede cobrar o no. Bueno, reconozco
que no se lo dije así, más bien utilicé
lo mejor de mi repertorio en.. Perdón, ¿puedo
utilizar malas palabras en la consulta?.
--No me molesta. mi abuela decía que yo era particularmente
boca sucia. Pero no tiene caso, te entiendo, a veces
pasan esas cosas. Lamento que te hayas quedado sin atención,
y me incomoda que te hayas formado una opinión
tan negativa de mis colegas, pues la mayoría
son buena gente. Yo también te conozco por haberte
visto en el servicio, y no tengo inconvenientes.
De
un modo constructivo, ya que debo concluir la nota,
no me queda otra que hacerles notar a los que creen
en cosas tales como la "contaminación"
que nos es mala idea que la consideren una cuestión
de conveniencia o perspectiva personal.
Y que mantener una evidente tontería como la
de que es "poco ético" atender a gente
conocida del entorno personal o laboral supone ningunear
a quienes no creen en lo mismo. De paso, proponer a
los nuevos psicólogos que amplíen su perspectiva
teórica y práctica siendo más críticos
ante los planteos no fundamentados científicamente,
y a quienes no la tengan clara que se entrenen en eso
de la "disociación instrumental".
Mientras
se van poniendo a tono algunos colegas, los consultantes
pueden irse enterando de que tienen derecho a reclamar
atención, y que pueden cuestionar al psicólogo
que se niegue a brindarla con excusas truchas. O simplemente
averiguar a que orientación pertenecen y. elegir
otra que no los discrimine.
Colaboración:
Aldo Birgier. Psicólogo, Salud Pública.
MA en Psicología Médica.
E-mail:
[email protected]
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