En el ser humano, la sexualidad no puede ser considerada únicamente como un fenómeno ligado a la función reproductora. Su finalidad o sus objetivos son complejos y difíciles de definir, pero van mucho más allá de hacer posible la continuidad de la especie.
La sexualidad puede definirse como un conjunto de mecanismos y reacciones biológicas, psíquicas y emocionales que, si bien están basadas en el instinto de la reproducción, están presentes durante toda la vida del individuo y se manifiesta en formas muy variadas.
La sexualidad constituye un mecanismo de comunicación interpersonal y está muy ligada a la obtención y ofrecimiento de sensaciones placenteras y gratificantes, pero puede también convertirse en una fuente de inhibición; y de la misma manera que está relacionada con términos como amor, afecto, placer o procreación deseada, su extraordinaria complejidad y su participación en múltiples facetas del ser humano hacen que también pueda llegar a relacionarse con términos como frustración, consumo, enfermedad, embarazo no deseado o violencia.
La revolución sexual estalló sobre todo desde Sigmund Freud, seguido por Marcuse y Reich, y ha ganado terreno liquidando tabúes y echando por la borda siglos de represión sexual; sin embargo, la sexualidad en la sociedad actual se usa para todo: publicidad, ganar adeptos, jugar, buscar el placer, etc. La sociedad de consumo, ha hecho del erotismo un mito, y lo ha instrumentalizado poniéndolo a su servicio. Ha sido tan empobrecida, banalizada y corporeizada que ya no alcanza para satisfacer las necesidades físicas, psicológicas y espirituales de mucha gente. La sexualidad, que debería ser un medio para la perfección del ser humano se ha convertido, en algunos casos, en un lastre para el propio desarrollo.
Es necesario entender que el sexo es algo natural, no se debe reprimir, ni condicionar. En la sexualidad no hay cosas buenas y malas; es una actividad humana más. El hacer de la sexualidad un tema religioso acentuó el miedo, la represión; se envolvió la sexualidad en un pacto de silencio..., y esto trajo como consecuencia la obsesión sexual y una práctica vivida en la clandestinidad.
La Psicóloga y Sexóloga María Victoria Ramírez Crespo enuncia que «el abstenerse de mantener relaciones sexuales, si la persona lo ha decidido así, y es coherente con sus verdadero deseos (es lo que quiere realmente, por sus creencias religiosas o similar), no tiene que causarle daño alguno. El problema es que esta decisión no sea verdaderamente coherente con lo que la persona en realidad quiere o desea. Hay personas religiosas que en realidad desean tener vida sexual, pero piensan que no pueden o no deben, y por ello no se sienten bien.
Cuando la persona ha recibido una educación negativa, culpabilizadora y en la que se han transmitido que la sexualidad es algo sucio, vergonzoso, negativo, feo, o pecaminoso, es posible que después cuando intente mantener relaciones sexuales con una persona que le guste, se sienta mal, se sienta culpable, sienta vergüenza o que está haciendo algo sucio, y consecuentemente, tenga dificultades para disfrutar.
En cuanto a los beneficios de la sexualidad, lo cierto es que es cuando la vida sexual es satisfactoria, es una de las alegrías de la vida, y las razones por las que merece la pena vivir. Recordemos que la vida sexual satisfactoria incluye la vida afectiva satisfactoria, y una vida de contacto íntimo también satisfactoria, y como seres sociales, esto nos viene muy bien a nivel psicológico. Como toda actividad que produzca felicidad y satisfacción, favorece el sistema inmune y disminuye el estrés».
Muchas personas vivían y aún viven su sexualidad en un clima de angustia, de temor, de culpabilidad, que no les permitía una experiencia gozosa del sexo. Estos contenidos reprimidos, dificultan el desarrollo armónico de la personalidad. El remordimiento, el sentimiento de culpa, el «pecado» favorecen a un sentido negativo, generando escrupulosidad, autopunición y angustias injustificadas; remordimiento psico-moral, produciendo desequilibrios afectivo-emocionales, originando situaciones neuróticas.
Como el cuerpo, también la sexualidad es obra de Dios, es buena, es noble, es un don para enriquecerse, es un vínculo de unión entre el varón y la mujer, de comunicación, de creación; bien administrada es un manantial de felicidad.
¿Pero, si el sexo es algo bueno, por qué no asumirlo como algo placentero, con naturalidad? Porque la sexualidad tiene implicaciones en toda la personalidad, en toda la vida.
Cuando la sexualidad se vive a la ligera ocurren, se quiera o no, una serie de consecuencias:
• Se pierde el sentido del amor.
• Se acaba perdiendo el respeto a las personas
• El concepto de la propia dignidad se desvanece.
• Aparece el sentimiento de soledad.
• Disminuyen el autodominio y las grandes ilusiones.
• El cuerpo pide placeres cada vez más sofisticados
Posiblemente una de las funciones más importantes de la sexualidad en nuestra sociedad es la de permitir una comunicación muy especial entre dos personas, un tipo de comunicación en la que brindar afecto y placer constituye el eje central. Otra función indiscutible de la sexualidad es dar una respuesta a una pulsión o deseo, precisamente el deseo sexual, que se vivencia como una sensación apremiante a la que se le debe dar una salida o expresión.
Sin sexualidad no se puede vivir. A la sexualidad hay que afirmarla; tiene una forma de ser, un derecho y un papel en la existencia. Reconocido esto, surgirá una nueva sexualidad. Y el ser humano no tendrá necesidad de dedicarse, en la clandestinidad, a buscar formas patológicas de vivirla.
Investigación: M.P.Y.
Fuentes consultadas:
Forcano B., Nueva ética sexual, Ed. Paulinas, Madrid, 1983. - Regino Navarro Ribera, Sexualidad y felicidad, Ed. CED. - Italo F. Gastaldi S.D.B., Julio Perello S.D.B., Sexualidad, Ed. Don Bosco, Bs. As., Argentina, 1991.
Gran Enciclopedia Autodidáctica Interactiva, Océano Grupo Editorial S..A., Barcelona, España, 1999.
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