Hace años, viajaba frecuentemente hacia una provincia del norte argentino, a fin de evacuar rápidas e importantes consultas. Quien necesitaba mi opinión enviaba un avión especialmente para llevarme y traerme desde ese sitio. Con el tiempo, establecí una relación amistosa con el piloto que cumplía la misión de transportarme.
Un día, en pleno vuelo, el piloto me preguntó si durante un tiempo, estaría dispuesto a manejar los controles del avión, lo cual acepté. Después de explicarme detalles, que en gran parte conocía por mera observación en viajes anteriores, asumí el control momentáneo de los comandos. Una de las precauciones que tenía que tener en cuenta era mantener la aguja de posición en un punto determinado, que señalaba la orientación del avión.
Al rato de estar timoneando, vi que la aguja se estaba desplazando del sitio fijado, lo que me obligó a una pequeña maniobra de corrección en el vuelo. Poco tiempo después nuevamente observé que se producía idéntico movimiento. A la tercera oportunidad en que eso se produjo, pregunté inquieto al piloto qué es lo que estaba haciendo mal. La explicación fue que había dos factores que yo no tenía en cuenta, y que provocaban ese cambio insensible en el rumbo. El primer punto, que debía considerar, era que como íbamos hacia el norte, en un avión no muy veloz, no percibía que la rotación de la tierra me alejaba del punto prefijado. El segundo aspecto que yo en ese momento no notaba, es que teníamos un viento lateral que se sumaba a ese desplazamiento motivado por la rotación.
Sin querer, ese piloto me dio una lección, cuyo fundamento podía aplicarlo a otro tipo de actividades. Siempre, en todo lo que es el desarrollo y aplicación de un accionar humano, se dan situaciones que generan derivas de difícil percepción inicial, pero que si uno no las corrige oportunamente terminan variando el rumbo originalmente fijado.
Es muy común que en todo emprendimiento, público o privado, los objetivos puedan ser alterados, como en una ruta que si no está bien señalada, tiene una llegada no buscada ni querida.
Cuando un alto número de individuos están desorientados, evidencian la existencia de una sociedad también desorientada. Si en el ejemplo que he relatado, yo no hubiera tenido a mi lado a un piloto capacitado, no habría podido arribar al destino apropiado.
Pero ¿cuántos pilotos avezados y confiables tiene una sociedad para dirigir los diferentes medios que nos transportan hacia objetivos precisos? Las reparticiones públicas y las empresas privadas deben cumplir una función conocida por todos aquellos a quienes están dirigidos sus servicios y su producción. Ese conocimiento, si queda circunscripto a fugaces slogans o mendaces mensajes, no otorga seguridad alguna a los usuarios-clientes.
Si nos quedamos en la mera sociedad de consumo, no percibimos al cliente como un sujeto con derechos propios. En realidad el auténtico cliente es el ciudadano que contrata libremente. Todo aquello que trabe su libertad de opción, o que engañe su entendimiento, es un acto falaz que debe ser públicamente mostrado al resto de la población. Es como si se emplearan falsos mapas de rutas, en donde las distancias y demás datos importantes, estuvieran tergiversados.
Las campañas publicitarias, tanto políticas como comerciales, deben ser respetuosas de los criterios e intereses de sus destinatarios. La práctica desleal, que muchas de ellas contienen, debe ser analizada públicamente por aquellos que pudieran sentirse perjudicados, ya sea por actos tentativos, o por la consumación de las situaciones y hechos dolosos apetecidos.
La sutil e insidiosa deriva lleva a derivaciones no beneficiosas para la sociedad, que puede llegar a deso-rientarse de manera tal que, o se paraliza, o camina hacia un abismo no visualizado apropiadamente.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 645, el 8 de setiembre de 1999 |