Al aproximarnos a la temporada alta del turismo, es bueno reflexionar desde un «ángulo», menos transitado, pero no menos importante, al decir de las recomendaciones de calidad, que en «las buenas prácticas», nos aconseja el especialista, Boto Alvarez, dice Antonio Torrejón en esta nota.
El tercer milenio, que significa en turismo el advenimiento a una nueva alternativa, sumamente dinámica y activa, no sólo está sujeta a la hora de la convocatoria o de la satisfacción de los viajeros, a partir de los tradicionales sistemas de marketing, sino que nos obliga a dar un paso más en los elementos que persuaden y convencen, entre los que rescatamos los sentidos.
El olfato es uno de los sentidos del ser humano y los olores que a través del mismo percibimos, son automáticamente clasificados en nuestra mente, transmitiendo recuerdos, informaciones y mensajes positivos o negativos, en función de la identificación que cada uno hace de estos olores.
Es innegable que las técnicas de marketing han olvidado este sentido (del olfato), se han preocupado más de la vista, del oído, del tacto y del gusto. En los hoteles y restaurantes podemos comprobar, con excesiva frecuencia, cómo los platos son preparados y decorados para la vista; condimentados para el gusto; la mantelería y la cristalería para el tacto; e incluso la disposición y acondicionamiento de la sala contempla el sonido. Parece que poco preocupan los olores a grasa y carne a los encargados de esos magníficos asadores criollos.
Grandes instalaciones, incluso con baños muy bien equipados y distribuidos, en muchas ocasiones no cuidan la contaminación del aire que se respira en el ambiente.
Esas magníficas instalaciones, con grandes alfombras, cortinas y muebles de estilo, a veces conservan un desagradable olor a encierro, a polvo o a tabaco, que ha impregnado las paredes y techos de la habitación.
Y en las instalaciones para el personal, esos vestuarios y baños que huelen a falta de limpieza e higiene.
Estas situaciones pueden ser utilizadas como auténticos refuerzos positivos para nuestro marketing de venta turística.
Podemos predisponer favorablemente a nuestro huésped a través de los olores que transmitan sensaciones agradables. Esto producirá un efecto positivo en la mente del cliente, potenciando el confort de nuestras instalaciones y la calidad de nuestro servicio.
También los seres humanos transmitimos olores como todo ser vivo. Cuidar que nuestros propios olores sean agradables para nuestro interlocutor, hará que nuestra presencia sea agradablemente recibida y los espacios y tiempos satisfactoriamente compartidos.
En este aspecto, la tecnología ha avanzado mucho, y deberíamos aprovecharla en beneficio de nuestro producto.
Nuestra marca tiene un color, un anagrama. ¿Por qué no dotarla de un olor característico e identificable? Parece atrevido, pero no lo es tanto.
Instintivamente identificamos sitios y lugares por sus aromas. Asociamos Bariloche con el olor a chocolate, a El Hoyo por el ambiente de sus dulzuras, Madryn como ciudad de la costa con el olor a salitre y a mar, entre otros.
Que el olor de nuestra marca sea lo que se relacione con la limpieza, el orden y la higiene, transmitiendo seguridad y garantía.
A veces, por el olor, asociamos un salón de banquetes o convenciones con una cantina de barrio. Definitivamente podemos usar los olores como refuerzos para nuestras ventas, sobre todo en el rubro de la alimentación. Un agradable aroma a café y a medialunas recién hechas, ¿no invitan a desayunar?. Relacionar nuestro establecimiento con olores agradables y atractivos mejorará considerablemente nuestra imagen. En cualquier caso es preferible el olor a lavandina, aunque no es un buen olor, a ciertos olores supuestamente agradables como los productos aromáticos que utilizan algunos locales públicos. El buen aroma es sinónimo de limpieza e higiene, da la sensación de calidad. Los olores agradables dejan siempre buenos recuerdos.
Colaboración: Antonio Torrejón
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