Cuando en mi época de estudiante de abogacía visitaba con mis compañeros las prisiones, como práctica de los estudios de criminología, tuve oportunidad de conversar con muchos condenados que en su tiempo tuvieron repercusión en los diarios. Todos ellos, así como también los no tan notorios, sostenían que sus acciones tenían un fundamento lógico, y que esencialmente estaban arrepentidos de la manera de ejecutar los actos. Es decir, en el fondo, muchos lamentaban haber cometido el error que permitió el descubrimiento del delito.
Valga este recuerdo extremo, para comprender como el ser humano tiene una tendencia para justificar muchos actos que quizás en otros no admitirían. Es lo que yo llamo la conjugación de los verbos irregulares: yo estoy alegre, tu estás chispeado, el está borracho. El patrón de me dida, y por lo tanto la escala de valores, se pone más rígido cuando el actor es un ser lejano y cuanto más cerca nos toca la repercusión de los hechos. Esto mismo, con más ritmo y mejor melodía, lo señaló Enrique Santos Discépolo en su tango Cambalache.
Un fin de semana me tocó viajar sorpresivamente en ómnibus de regreso a Buenos Aires y, por lo tanto, sufrí los mismos avatares que los demás pasajeros de larga distancia en materia de trabajo a reglamento. De esta manera pude apreciar como enormes camiones de carga pasaban raudamente al ómnibus en el cual viajaba. Recordé en esos momentos como en el viaje de ida en automóvil, un ómnibus de la misma compañía que venía en sentido contrario, ocupó arbitrariamente mi mano, de modo tal que me obligó a irme totalmente a la banquina para evitar un accidente fatal. No conozco el reglamento que autorizara a su conductor a esa homicida conducta vial, pero es evidente que estaba conjugando irregularmente los verbos. A poco de salir del alto pastizal de la banquina, una estación de peaje me obsequió un folletito en el cual trataba de convencerme que el mantenimiento de la ruta era eficiente. No era cierto, pero los intendentes zonales callan por compromiso lo que deben denunciar por razones del bien común de su zona
Los conceptos que emiten muchos actores que se mueven dentro de nuestra sociedad contemporánea, tienen mucho de espejismo frente a ciertas necesidades imperiosas. Pero el espejismo no es la solución para el sediento en el desierto; es un falso engaño que incluso puede hacer equivocar el rumbo. El ciudadano capacitado no se deja distraer fácilmente y confía solamente en un trabajo inteligente y sostenido como fuente de recurso familiar y social, por eso choca un poco al ánimo que el Estado siga patrocinando y propagando el juego como elemento de escape para salir de las malas. No es así como podremos integrar una sociedad adulta y responsable. Sólo la educación para el trabajo y el esfuerzo puede librarnos de un tonto subdesarrollo.
Esta suma de pequeñas observaciones me llevan a una reflexión final: evitemos los innecesarios fuegos de artificio a que somos convocados muchas veces, sobre todo a fin de año, porque ellos sólo son ruidos sin armonía, luces que no alumbran y lesiones para quienes se acercan demasiado por curiosidad o por descuido.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero nº 242 del 18 de diciembre de 1991 |