Habitualmente ofrecemos a nuestros lectores alguna nota que adquiere por las circunstancias, nueva vigencia. La presente fue publicada en la edición n° 751, del 19 de setiembre de 2001, alertando sobre la crisis que se venía.

Los hechos pueden cambiar, lo mismo que la participación de algunos personajes, pero la incapacidad de unos y la maldad de otros, generan siempre sorprendentes episodios que van contra la lógica y el sentido común.
La preparación que todos debemos obtener, en ese largo aprendizaje que es la vida, nos debería generar los anticuerpos suficientes como para resistir adecuadamente las sorpresas y neutralizar, por lo menos parcialmente, los daños que lo absurdo nos provoca. Vivir en sociedad implica sentir la solidaridad, si no la competencia deja de ser una libre búsqueda de perfeccionamiento para convertirse en una destructiva rivalidad.
El perfeccionamiento de cada uno de nosotros no puede tomar como unidad de medida la imperfección ajena, sino los pasos superadores que cada uno va dando.
Un nuevo siglo no garantiza una mayor libertad o una mejor justicia, si no hay un equilibrio social y personal, que facilite la convivencia universal.
Carlos Besanson

Publicado en el Diario del Viajero nº 290, del 18 de noviembre 1992
Los antiguos navíos impulsados por velas tenían, según su tamaño, una gran cantidad de cuerdas que permitían manejar el velamen. Las cuerdas más gruesas llevaban el nombre de maromas y muchas veces tenían que ser manipuladas por varias personas, debido al esfuerzo que era necesario hacer para izar o arriar las grandes velas. Las maromas podían llegar a ser tan gruesas que si quedaban sueltas, por alguna desidia, al balancearse mucho el barco por un temporal, podían moverse con una fuerza tal que lastimaran o tiraran al mar al tripulante desprevenido. De ahí el grito tradicional en el ambiente marinero de se viene la maroma, como advertencia de un peligro inminente y grave.
Pero la maraña de cuerdas entrecruzadas que se puede dar en altamar, también la encontramos, simbólicamente, en tierra. Las cuerdas pueden simbolizar lazos de unión entre distintas partes que integran la actividad del hombre. Bien usadas ayudan al esfuerzo y a su mejor transmisión. Pueden también simbolizar una buena comunicación con los medios e instrumentos disponibles. Pero cuando, por incompetencia se desata la maroma, el riesgo es impredecible, y las tensiones y esfuerzos para controlar la situación, distraen de otros peligros que pueden llegar a ser más graves e importantes. Es así que el vaivén de la maroma hace perder circunstancialmente la noción del oleaje y el viento, que finalmente es lo que le da impulso.
Las rápidas transformaciones que se producen en nuestro mundo son de por sí bastante desorganizadas, y por ende desordenadas. Vivimos en un período de tormentas que nos deben preocupar, pero nunca angustiar. Cada uno de nosotros tiene múltiples responsabilidades sociales,  que surgen, entre otras cosas, de la relación familiar y de trabajo; basta que cada uno cumpla con certeza su rol para que la seguridad de su entorno no peligre

Si queremos continuar con imágenes marineras, viene a mi memoria una regata tradicional en mar abierto en la que una fuerte tormenta generó una situación de alto riesgo para los navíos intervinientes y casi todos buscaron la costa como protección, cambiando su derrotero original. Sólo uno trató de aprovechar los fuertes vientos de la tormenta para impulsar su barco; durante dos largas jornadas no se supo nada de él, hasta que apareció de imprevisto cruzando la meta de llegada. Su capitán había confiado en la fortaleza de sus hombres y de su barco como para resistir la dureza del temporal y avanzar más rápido que los otros. Eso sí, no dejó ninguna maroma sin atar.         

C. B.