En la edición 762, del 5 de diciembre del 2001 dijimos la siguiente advertencia:
La memoria histórica de un país habitualmente se corta en períodos breves, sin recordar que hay antecedentes más lejanos, sean estos positivos o negativos.
Cuando a fines del siglo XIX comenzaron a instalarse en la ciudad de Buenos Aires las cañerías que servían como desagües cloacales, una gran cantidad de enormes caños fabricados en Europa, estuvieron en la intemperie durante mucho tiempo mientras, a pico y pala, se practicaban las zanjas que los contendría. Esos caños fueron ocupados precariamente por gente carente de viviendas, de ahí la vieja frase de ir a vivir a los caños. La fábrica que los proveía se denominaba A.Torrent, por lo cual sus habitantes tenían el apodo de atorrantes.
En la época de los grandes veleros, los tripulantes molestos o indisciplinados eran castigados enviándolos lo más lejos posible del resto de la gente. Por ello se los destinaba al carajo, que era el incómodo sitio de vigía ubicado en ese palo mayor que, como un símbolo, emergía ostentosamente en lo alto
El lenguaje popular fue acuñando esos conceptos, empleándolos con el significado de lugares no deseados, o mal vistos. Más aún, dicho con un énfasis determinado implicó un insulto, o maldición, para quien fuera dirigido el mensaje.
Esta pequeña introducción no es nada más que una síntesis para quienes, de distintas partes, y minuto a minuto, me piden pronósticos sobre lo que va a pasar. Parecería que la repetición de artículos anteriores, con títulos tan claros como se viene la maroma (DV nº 290, 751) y El diluvio que viene(DV nº 174, 759) no fueron suficientes mensajes de alerta. Pero la advertencia comenzó muchos años antes cuando señalaba que el país estaba perdiendo competitividad y simultáneamente, al ser un deudor crónico, perdía poco a poco su libertad en la toma de decisiones, que quedaba en manos de sus vigilantes acreedores.
No hemos sabido tener la suficiente autocrítica, como para eliminar metódicamente toda burocracia improductiva, sea esta pública o privada. El famoso costo argentino, está compuesto, entre otras cosas, por todas las cosas inútiles que tenemos que hacer para realizar algo. De esta manera, la ineficiencia de los burócratas incide en el resultado final de nuestro trabajo y producción. Un ejemplo aggiornado de esto es la bancalización de nuestra economía, que con la excusa loable de evitar la evasión fiscal, generamos la obligación para todos los ciudadanos de tener una cuenta bancaria, que implica no solamente costos operativos arbitrarios, sino también un injusto desgaste de tiempo personal, que de por si ya es escaso para todos.
Con respecto a los planes de competitividad, los mismos no están fundados adecuadamente en la manera de dar un real valor agregado a cada servicio y producto, que tenga aceptación en los mercados de consumo, sean estos nacionales o internacionales.
A su vez, quienes pretenden simplemente devaluar el peso, se equivocan de la misma forma que se equivoca el que quiere medir a una persona cambiando la unidad de medida. Se es alto o bajo, independientemente si se le mide en centímetros o pulgadas. Se es flaco o gordo, aunque se cambie los kilos por pounds.
Nuestra deuda pública es grande, por eso mismo, a partir de este párrafo la palabra debemos se repetirá adrede varias veces.
debemos aprender a crecer y desarrollarnos proporcionalmente.
En cada discurso debemos apreciar el realismo de su contenido, no sólo en el análisis de las causas, sino también en la viabilidad de las propuestas.
La unidad nacional no es uniformidad,
pero un economista debe sentirse como un buen cocinero. Su capacidad está en confeccionar una torta cada vez más grande, en función de los ingredientes disponibles. Su orgullo será saber repartirlapara satisfacción de todos los comensales.
Nuestros hijos, debidamente sentados, están esperando alrededor de la mesa.
Carlos Besanson |
