La reiteración de algunos textos publicados hace un tiempo, no significa que he dejado de escribir. Lo hago para hacer presente advertencias y preanuncios de situaciones de riesgo político y social, en un mundo que no usa la historia para preservar su futuro.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 413, el 29 de marzo de 1995
La persistente caída en las cotizaciones de las Bolsas de todo el mundo, y su repercusión local afecta no sólo a los especuladores, sino también a esos ahorristas forzados por leyes que pretenden cubrir el mañana de los habitantes, en función de fondos para jubilaciones y pensiones, administrados por empresas privadas.
Hace poco escuché decir a un periodista especializado en temas financieros que la Bolsa, en su constante oscilar, no era nada más que el reflejo del país; que por lo tanto no debía enojarse con el espejo, sino con la realidad. No estoy totalmente de acuerdo con la ecuación, o silogismo, por cuanto no siempre lo que se muestra en las ruedas de bolsa es una síntesis honesta y fiel de la realidad. Creer que el ahorro de un país está en la Bolsa es inexacto. Considerar que la capitalización de las empresas necesita imperiosamente de su presencia en ese círculo selecto, es obviar otros caminos más estables.
Para los que consideran a la Bolsa como un simple espejo, vale la advertencia de que es conveniente fijarse en lo que hay detrás del espejo, y en lo que se pone delante del mismo. Porque no todo lo que se exhibe se lo presenta en todos sus ángulos y facetas, ni todos los espejos tienen la calidad suficiente como para ser correctos en las apreciaciones. El efecto teleobjetivo, o el de gran angular se logra a veces mediante zooms hábilmente manejados, que permiten mostrar lo que se desea, y ocultar detalles o entornos no queridos.
En algunos juegos de azar existen adeptos que emplean distintas técnicas para lograr el triunfo de ese momento. Una de ellas es duplicar la apuesta inicial que resultó perdidosa hasta que se logre el acierto. Esta táctica tiene un inconveniente que es el límite real del capital que uno tiene disponible para arriesgar, de modo tal que una larga racha adversa impide que se cumpla el objetivo. En el manejo micro y macro económico, aquellos que juegan al acierto tienen no solamente la limitación del capital, propio y ajeno, sino también límites de tiempo político y económico. Las rachas dependen no sólo del azar, o cálculo de probabilidades, sino también de los hechos de los hombres, que son más difíciles de predecir y con múltiples variantes de interpretación. Es que el mundo está lleno, desde ese particular punto de vista, de partidas que comienzan y juegos que finalizan.
Mi padre, periodista especializado en economía, me advertía desde chico sobre los peligros del juego de Bolsa. Próximo ya a recibirme de abogado me dio una larga explicación de cómo muchas veces se manipuleaban las cotizaciones y se lograban pintar las acciones con el fin de preparar una suba o una baja infundada. Las corridas en las cotizaciones muchas veces estaban basadas en meros rumores o primicias manejadas por lo que hoy se denomina iniciados. Generalmente la solvencia y eficiencia de las sociedades cotizantes no están fielmente reflejadas en los precios de sus acciones. Lo que está en juego es la apuesta a la próxima suba o baja del precio.
El llamado capitalismo popular no puede estar fundado en una mera atomización de la tenencia de los paquetes accionarios de las grandes empresas, sino en la capacidad del ciudadano para ahorrar e invertir en aquellos bienes de capital que pueda administrar de por sí, sin la dependencia de lejanos e ignotos administradores, que actúan tácita o explícitamente como operadores o comisionistas financieros y bursátiles, que aconsejan alegremente sin sentirse responsables de sus actividades, o de las tristes consecuencias de las marchas o contramarchas de las inversiones resultantes. Muchos de esos operadores son los que sugieren y facilitan a los inversores medianos y grandes el corrimiento de sus capitales a pseudos paraísos fiscales, que finalmente se tornan inseguros y sin respaldos suficientes para los extranjeros no radicados.
Aquellos ciudadanos que aceptaron la opción de la jubilación privada deben de estar tan preocupados como los que permanecieron dentro del estropeado paraguas estatal. Ya no existen algunas de las empresas que un año atrás salieron a la calle con jingles victoriosos y jóvenes exultantes de triunfo que prometían el futuro maná del cielo. Las recientes fluctuaciones de los títulos públicos y privados tampoco ayudan a dar tranquilidad a ese inversionista forzado por las leyes previsionales. La vida futura de los ahorristas se juega en la bolsa que otros llevan.
Para terminar, en lo que a mi respecta, declaro bajo juramento a mis amigos lectores que no tengo ningún bien, mueble o inmueble, en el exterior; ni valores o depósitos fuera del país. ¡Ojalá muchos de nuestros empresarios y funcionarios hicieran lo mismo!
C. B |