Esta nota tuvo sentido cuando la publicamos en agosto de 1999, edición n° 643, y la repetimos ahora por el mismo motivo:
Dichosos los que,
en lugar de maldecir estos tiempos,
procuran mejorarlos.
Luis Schokel
Hace muchos años, escuché decir, en un reportaje informal y off the record, a un conocido y maduro galán hablar de su éxito con las mujeres. Con mucho desparpajo señaló, que lo importante era convencer a la dama que ella era distinta de todas las demás. Una vez que lograba convencerla de ello... la trataba igual que a todas las demás.
A veces pienso ¿qué tienen en común, la mayoría de los que trabajan de políticos, con los que trabajan de seductores? En primer término sus objetivos coinciden en ocupar lugares, sea desplazando a quienes ya están ahí, o conquistando sitios aún yermos. La técnica actoral facilita llamar la atención, transmitiendo mensajes falsos en forma convincente.
Los artilugios y engaños favorecen el fraude a quienes no están debidamente preparados para resistir la seducción. Pero en criminología se estudia que, en muchos casos, quien sufre una estafa generalmente está predispuesto, por comodidad o errada especulación, a ser víctima de una ilusión infundada.
Cuando escuchamos discursos políticos de campaña, vemos los malos libretos que se emplean para competir en la captación de electores. Los cambios constantes de libretistas, traen, como consecuencia, textos contradictorios con lo dicho pocos meses atrás. Lo que apenas era una pasajera recesión, se ha convertido en una crisis de recesión. Y aquello que se mostraba como un ciclo breve dentro de un moderado movimiento ondulatorio, es ya un prolongado desajuste
La desocupación crónica obliga a políticas permanentes destinadas a alentar auténticos empleos. En primer lugar, los empresarios deben adquirir el nivel de conocimientos suficientes para dirigir con éxito sus empresas, cualquiera sea el tamaño de ellas. Una empresa nunca debe ser un garito donde se juega con resultados azarosos. El famoso riesgo empresario no consiste en jugar a ganar sino en trabajar con inteligencia para obtener resultados positivos en forma constante.
Enseñar prácticamente la diferencia conceptual que existe entre producción y productividad, es el comienzo de un aprendizaje permanente. Es importante aprender que la productividad se puede calcular desde ángulos totalmente diferentes, pero que deben converger en un punto óptimo. Por ejemplo, hay que medir en cada taller, fábrica, o explotación agropecuaria la productividad hombre, la productividad máquina, y la productividad superficie del lugar de trabajo. Asimismo se debe apreciar un aprovechamiento racional de los insumos, suprimiendo todo tipo de desperdicio.
Además, hay que tener en cuenta el capital realmente propio que uno emplea, evitando ciertas ingenierías financieras, que jamás resisten un leve temblor de tierra sin derrumbarse. La voracidad de ciertos prestamistas de dinero, aunque tengan patente de corso como para operar en el sistema bancario, termina fagocitando a sus clientes, en un canibalismo que perjudica a toda la sociedad.
Los gobernantes tienen que simplificar una perversa burocracia estatal, que no sólo genera trabajo improductivo, sino que obliga a una burocracia privada también improductiva. Simplificar no es crear situaciones de excepción, sino convertir lo sencillo en algo común. No es posible que cada empresa pequeña o mediana requiera un constante asesoramiento de profesionales que buscan los mejores vericuetos de las leyes, para pagar menos. Todo ello tiene su costo, incluso el incentivo a la corrupción, y ese costo que pagamos todos los que habitamos este país, jamás puede ser transferido a productos y servicios exportables.
El precio de la indiferencia termina siendo el costo de la ineficiencia.
Carlos Besanson |