No hay mejor historia que la propia.
Presumiblemente,
su atracción dependa de cómo se la cuente.
Tampoco es malo afirmar,
que no hay mejor relator que uno mismo.
E.T.

Hechos y testimonios, actores y testigos conforman mojones de cualquier vida. Armarla sin que pierda el encanto del devenir, es el arte de copiar la respiración para subsistir
En mi adolescencia escuchévive el doble leyendo lo que no vives. Y lo comprobé. Me desafiaba colocando fecha y hora del comienzo de lectura de un libro para poder anotar luego similares datos para cuando la última página del texto me entregara la línea final.
Historias de amor, aventuras épicas, episodios novelados, biografías de hacedores -sufrientes o audaces-, formaron parte de una inacabable lectura en los cálidos días veraniegos de mi pueblo natal, donde la casa albergaba la biblioteca en la cual autores clásicos, renovados y novedosos compartían estantería con los libros de medicina de mis padres.
Percibí, que el verano se atrevía a mostrar nuestros cuerpos desprovistos en todo sentido. Porque parecería que en ese período hay quienes desnudan también sus mentes y apetitos. Saber sobre otros, sus desvelos, felicidades, entuertos amorosos y todo lo que rodea una existencia no convencional, atraería más que en otra estación.
Así como nos desprendemos de capas de ropa y tapujos, el verano nos abre el deseo de saber sobre ese interior de los otros que también queda al descubierto.
Las páginas de publicaciones de actualidad nacional, o las de más allá de nuestras fronteras, nos pintan vida y obra de personajes conocidos y de los que pareciera que pagaran para serlo, sin más antecedentes que un presente carnoso.
En ocasiones, el amor y los vericuetos de San Valentín le dan paso a la tragedia. Hechos policiales o de corrupción  cuyas groseras y delictivas torpezas, quedan al desnudo sin protección solar. Mientras tanto, realizaciones y trabajos a destajo, para adelantar todo lo que este país tiene por hacer, duermen la siesta del estío. Pocos prestan atención a esto. Los demás están entretenidos con las vidas de verano.
La imaginación desaparece como si fuera un ingrediente de las dietas hipocalóricas que para esta época pululan. Es como una anestesia que no deja percibir otras cosas.
Despertar de la modorra será la ardua tarea para poder ingresar a los días que por demás se vaticinan difíciles. Para eso deberemos sacudirnos el pesado sueño y ensueño de la veraniega pausa.

Elizabeth Tuma