Aprendieron mal quienes piensan que competir es destruir al rival. Competir es superar con eficiencia a un adversario circunstancial. Esa eficiencia se logra con esfuerzo, sacrificio y dominio de una técnica que no viola principios éticos ni reglas de juego aceptadas.
Muchos empresarios creen que establecer los costos de sus productos y servicios termina en la mera transferencia de dichos costos, más un plus valor de utilidad, a quienes se convierten en clientes o adquirentes de esos bienes. Una auténtica política de costos comienza en la búsqueda constante de fórmulas para bajar los mismos, ya sea en los cambios de diseño, en nuevos insumos que integran el producto original, mayor eficiencia en la línea de producción, mejor manejo de la administración contable y aprovechamiento de los canales de comercialización para agregar nuevos productos que optimicen ese sector de la empresa.
Encontrar la unidad económica para cada actividad es un objetivo permanente y la planificación seria del crecimiento debe hacerse pensando en esa unidad económica.
Al fijar los precios cada empresario debe tener en cuenta la capacidad real del mercado adquirente. Definir el valor de un producto sobre la base de la ineficiencia de su gestación es un riesgo permanente, que a corto o largo plazo provoca resultados perdidosos.
También aquellos que actúan con márgenes de utilidad desproporcionados olvidan que están generando futuros competidores que observan una gran rentabilidad sobre la inversión de capital originalmente necesaria.
Optimizar la producción implica tener un panorama global sobre las posibilidades de asimilación del mercado en función del menor precio posible, con una utilidad razonable que permita constantes reinversiones para actualizar equipamientos y rediseñar nuevos productos. Más aún por pequeña que sea la empresa debe haber tiempo suficiente de sus hombres más capacitados para lo que se denomina habitualmente investigación y desarrollo
En años hemos visto desaparecer a empresas que tenían marcas valiosas, algunas de ellas centenarias, que no se aggiornaron como para sobrevivir en un mundo que cambió sin que nosotros quisiéramos admitir ese cambio. Una tecnología puede ser obsoleta aunque sea aplicable aún; una máquina o un equipo, aunque funcione a las maravillas, puede estar vigente pero no ser eficiente en relación a nuevos equipamientos existentes, dentro del país o fuera de él.
Algunas personas pueden confundir de hecho el aumento de producción, es decir de unidades que se elaboran, con el aumento de productividad, en que la eficiencia es la unidad de medida determinada por una serie de parámetros que van desde unidades hombres, unidades energía, unidades insumos, unidades espacio, etc. El no saber discriminar adecuadamente y en la práctica hace que los costos no lleguen a un piso razonable para el mercado local o mundial.
Las empresas que no ejerciten cotidianamente estos conceptos elementales aquí expuestos, son las industrias del ocaso.Muchas de ellas arrastran con su peso negativo a una parte de la economía. La otra parte la sumerge la ineficiencia pública. Sino atendemos con suficiente velocidad estos contrapesos no hay despegue posible, y apenas se podrá flotar trabajosamente para evitar un naufragio no querido.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 210, del 8 de mayo de 1991 |