Una de las funciones del periodista es explorar la realidad. El descubrir la existencia de hechos y develarlos requiere de una metodología profesional, que implica también una plena responsabilidad.
Tengo siempre presente una famosa e histórica crónica del siglo XIX, que posteriormente pasó a ser libreto de una película cinematográfica de gran éxito. En ella un médico misionero y explorador, David Livingstone, nacido en Escocia en 1813, recorre parte de África instalando sitios de atención a enfermos y necesitados en general.
Su labor de ayuda al prójimo fue poco a poco reconocida, por su esfuerzo y sacrificio. Sus cartas relataban los constantes descubrimientos que realizaba en su recorrido por bellas y simultáneamente peligrosas zonas, tanto que, un león le lastimó profundamente un brazo. Marcó en forma muy clara su oposición al tráfico de esclavos, que eran capturados por seudos conquistadores que vilmente explotaban a sus conquistados.
Pasaron los años y se perdió el contacto con este destacado personaje, que había logrado armonizar la aventura con la caridad. En su larga búsqueda de las fuentes del río Nilo no hubo manera de saber algo de él durante mucho tiempo.
Ahí es cuando aparece el otro protagonista de la historia, Juan Rowlands, conocido después como Enrique Morton Stanley, nacido en 1841, en Gales, Gran Bretaña. Con una difícil niñez se enroló como grumete en un barco que partió de Liverpool hacia Nueva Orleans. Allí fue protegido por un comerciante que le dio su nombre y apellido al adoptarlo. La guerra de Secesión lo enroló en las filas que movilizaron los estados del Sur, que entre otras cosas sostenían la vigencia de la esclavitud en Estados Unidos. Al perder los sureños el conflicto, estuvo prisionero un tiempo, hasta que, superada la guerra entró a trabajar como corresponsal en el New York Herald.
Fue en esa labor que recibió la indicación de buscar a Livingstone, que estaba perdido en el África Central. Las crónicas que permanentemente enviaba a su diario afirmaban la labor de investigación que realizaba, y simultáneamente el suspenso que todo ello generaba. Varios años, duros e incómodos, llevó esa misión, hasta que al final se produjo el encuentro.
Un largo abrazo, y emocionadas lágrimas unieron, al hallarse, a esos dos sudorosos cuerpos. Uno defendió la esclavitud, y el otro la libertad. Sin embargo, se respetaron profundamente.
Cuenta la historia que Stanley empezó a preguntar en forma apremiante a Livingstone ¿qué le había pasado? ¿qué es lo que le habían hecho? Sus preguntas fueron contestadas imperativamente por su interlocutor ¿qué estaba pasando en el mundo y si continuaban los mismos conflictos en él?
Ambos estaban ansiosos de información que orientara sus desconciertos. Ambos, explorando audazmente, tuvieron problemas de desorientación circunstancial. Pero también los dos tenían una formación que les permitió cumplir con sus deseos, ideas e ideales.
No necesitamos irnos al África para sentirnos misioneros. No nos hace falta viajar tan lejos para convertirnos en exploradores. Aquí está la tarea de todos, en la medida que nuestra ética y vocación permita superar las dificultades.
Nuestra misión no nos obliga a grandes desplazamientos. Nuestra búsqueda no nos lleva físicamente tan lejos. Evitemos la esclavitud del silencio y de la complicidad. Descubramos en cada uno de nosotros simultáneamente un Livingstone y un Stanley que se han reencontrado.

Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 846, el 16 de julio de 2003