L’argent est un bon serviteur et un mauvais maître.
El dinero es un buen servidor pero un mal maestro.
Todas las personas tenemos momentos de reflexión que nos permiten analizar los hechos propios y los del entorno, y su proyección en un futuro mediato e inmediato. Cuando el ritmo de la vida era más lento que en la época actual en que vivimos, los balances podían ser anuales; para ello bastaba un análisis de situación con motivo de las fiestas de fin de año, o en algún aniversario especial que nos recordara un hecho relevante para nuestras vidas.
Sin embargo, la época moderna nos obliga a una metodología que, similar a ciertas técnicas empresarias, llevan a un constante examen del debe y haber de nuestro accionar como personas. Es así que las situaciones de análisis profundo se multiplican constantemente. Ya no basta el día del cumpleaños, o de rememoración cívica o religiosa. Me atrevo a decir que para muchos hasta el cambio de cada estación justifica un balance de aciertos y errores. La velocidad que nos marca el ritmo de la calle nos obliga a constantes correcciones para no salirnos de los andariveles que hayamos elegido.
Se afirma que en las salas de juego de los casinos de Las Vegas no existen elementos que ayuden a señalar la marcha del tiempo. La carencia de relojes en las instalaciones, o la ausencia de ventanales sustituídos por una iluminación interior a giorno, quita la referencia entre el día y la noche y ayuda a no percibir el transcurso de las horas. Sólo la pérdida total del dinero jugado dará la oportunidad al desprevenido de apreciar nuevamente ciertos aspectos de la cronología.
Pero a veces no hay necesidad de irse a Las Vegas para encontrarse en situaciones confusas. El comportamiento humano tiene mucho de juego, en el cual algunos pocos se ubican como capitalistas, y otros muchos aceptan ser meros adeptos-adictos. En este último grupo se dan habitualmente una serie de acciones-reacciones que marcan una desorientada credulidad, que a veces se disfraza de creencia, absolutamente infundada por cierto. Sentarse en la mesa de los pequeros es algo similar a determinar si un cable eléctrico tiene tensión o no, tocando sus polos con las manos... la suerte entra en un cálculo de probabilidades cuyos parámetros desconocemos.
Pero no solamente hacemos balances como personas aisladas, sino también como ciudadanos. En ese caso cada vez que nos acercamos a un acto electoral entramos a sopesar lo que nos han prometido en cada sector político, y lo que realmente nos han dado. A veces tenemos la sensación de haber perdido un tiempo precioso en la toma correcta de decisiones y en su adecuada aplicación. Parecería que el tiempo político no respeta el tiempo de las personas. Qué otra cosa es el suspenso que causa las diferentes oscilaciones de conducta provocada por ciertos contendientes que buscan ocupar el poder, en vez de servir a los demás en la buena administración de la cosa pública.
¿Es una elección política un mero balance de ganancias y pérdidas? Y en ese caso ¿quiénes son los titulares de los resultados? ¿los ciudadanos o los mandatarios?
Cuando observamos cómo muchos postulantes del favor popular emplean en sus campañas dinero obtenido a cambio de compromisos con algunos factores de poder, tenemos la sensación que ese dinero no solamente es un instrumento de gestión, sino un mal maestro como ejemplo.
No todo es limpio, ni todo es lavado, pero la libertad y la responsabilidad ciudadana obligan al mejor de los discernimientos en las opciones.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 542 del 17 de setiembre de 1997 |