Es bien conocido el hecho de que todos los animales han desarrollado la capacidad para comunicarse entre los de su mismo género, y lograr el entendimiento recíproco sobre temas tan vitales como el amor, la educación de la crianza, la alimentación y los riesgos y peligros individuales y grupales. El hombre, en su desarrollo, ha ido perfeccionando los medios de comunicación para que los mensajes sean cada vez más completos, rápidos y entendibles. También en sus constantes involuciones éticas ha buscado trabar esa llegada para limitar la capacidad de otros de estar enterados a tiempo de datos importantes que hacen a su libertad de información y por ende, toma de decisiones.
Considerar que el derecho ciudadano a estar informado corresponde únicamente al acceso a los medios de comunicación masivos es soslayar todos los antecedentes históricos de la evolución del hombre y de su actividad dentro de los grupos sociales. Cuando los desarrollos tecnológicos que comenzaron en el siglo XIX no existían aún, las epístolas y mensajes breves eran la forma de decir a la distancia, ideas y pensamientos que la voz no podía transportar. Pero el contenido de esos textos podían ser comprometedores para aquellos que los enviaban o recibían, y se emplearon infinidad de técnicas para ocultar pruebas de posibles culpas de faltas éticas o políticas. Todos hemos leído en novelas históricas sobre tintas invisibles, bolsillos ocultos o dobles fondos secretos en arcones y muebles antiguos. Los que han pretendido ejercer un poder absoluto sobre sus súbditos y practicar el vasallaje, siempre buscaron la forma de interferir y conocer esas metodologías de comunicación.
El reconocimiento generalizado de los derechos del hombre, a pesar de las constantes infracciones a sus postulados, implicó la lenta aplicación de modalidades protectivas de los principios básicos que hacen a su naturaleza humana. Uno de ellos fue el desarrollo del Correo como una manera de proteger la comunicación personal, no sólo en su eficiencia sino también en la inviolabilidad del conocimiento de su contenido. Hablar de la censura a la prensa olvidándose del precedente que es la no censura a la correspondencia, es ignorar que el editor de una publicación está enviando, en forma masiva, cartas a sus lectores que deben estar legalmente y operativamente protegidas hasta su llegada a destino. Por algo la Sociedad Interamericana de Prensa en su Declaración de Chapultepec establece como actos de censura: las restricciones a la circulación de los medios o a la divulgación de sus mensajes; la creación de obstáculos al libre flujo infomativo.
La discusión contemporánea sobre derechos adquiridos, o a adquirirse, en materia de monopolio del Correo, quita libertad al ciudadano y traba el empleo por parte del mismo de nuevas tecnologías que ya están en uso, aunque aún hoy no se han generalizado si se emplearán a corto plazo. El fax, el modem, la abundancia de satélites y pequeñas pantallas receptoras, las conexiones de fibra óptica que integrarán las llamadas supercarreteras de comunicaciones son una realidad que sustituirá en gran medida al Correo en la comunicación privada y comercial. Cualquier acto limitativo del derecho personal de libre opción de cualquier medio es una regresión extemporánea y una negación de la modernidad que muchos pregonan, pero que de hecho avasallan todos aquellos que ejercen tareas de lobby. Los correveidile de la política no siempre son los fieles comunicadores de las aspiraciones ciudadanas.
La emisión y recepción libre de la opinión publicada debe ser garantizada plenamente sin retaceos ni imposiciones monopólicas u oligopólicas. Pero también y por lo tanto la emisión y recepción de mensajes privados y reservados debe estar garantizada para que los interesados elijan libremente los medios que consideren ellos idóneos y dignos de emplearse. Cualquier traba operativa, aún cuando se escude en normas aparentemente legales, son nulas de nulidad absoluta, como decimos los abogados, y por lo tanto insalvables en el tiempo. Pasar de monopolios estatales a oligopolios privados es simplemente cambiar la oferta, dejándonos la mera opción de elegir el árbol en el cual vamos a ser empalados. Como ciudadanos mantengamos nuestros derechos de emplear cualquier medio que nos brinda la tecnología moderna, para llegar a donde deseamos con nuestros pensamientos, de la misma manera que la Constitución nos ampara para circular libremente con nuestros cuerpos.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 396, del 30 de noviembre de 1994 |