Hace muchos años, a fines de diciembre de 1988, mi familia y yo nos fuimos dos meses a Francia, para que nuestros hijos, Dominique y Gaston, pudieran iniciarse en el conocimiento del idioma francés. Cuando volvimos, en febrero de 1989, me reuní con todos mis colaboradores y les dije: me fui en tiempo, y volví a tiempo. Poco después una terrible hiperinflación conmovió a un país, en el cual las tomas de decisiones, personales y grupales, no eran las adecuadas para el desarrollo de una sociedad moderna. Tan grave fue esa crisis, que un Presidente abdicó a un poder que no podía ejercer, o que ya no era suyo.
Este episodio no pertenece en forma aislada a la historia de nuestro país, sino que es una manifestación de resultados, de la incoherencia político-económica de sucesivos gobiernos que hemos sufrido los ciudadanos que habitamos estas tierras. Los cambios de personajes no han significado nada más que el cambio de discursos; los hechos nuevos no han sido nada más que la continuación de viejos errores conceptuales, y nuevos actos de estupidez y corrupción.
Apenas dos semanas atrás comencé un largo viaje profesional visitando, con varios directores de diarios, medios de comunicación en Gran Bretaña. De ahí pasé a Nueva York, para estar dos días con mi hija Dominique, que ya cumplía 20 años. Luego me reuní en Miami con colegas que integran la comisión de premios de la Sociedad Interamericana de Prensa -SIP-, para preseleccionar trabajos periodísticos de toda América, que se postulan para ser reconocidos en su calidad.
Mi periplo continuaba con la asistencia a la reunión de medio año de la SIP, en la ciudad de Fortaleza, Brasil. Sin embargo, cancelé a último momento esta etapa final. Las informaciones que me llegaban cotidianamente desde mi país, me llevaron a apurar mi regreso una semana antes. Cuando volví, nuevamente repetí frente a mi equipo: llegué a tiempo para dar tranquilidad a una tripulación debidamente avezada y avisada.
A un hombre con los años de experiencia que ya tengo, nada debe sorprenderle. Haber sido testigo, como abogado, economista y periodista, de tantas situaciones absurdas, lo inmuniza a uno de esa enfermedad social que es la pérdida de la orientación y la memoria. Es como si un mal de Parkinson degenerara lentamente la capacidad de respuesta colectiva frente a la realidad político económica.
Lamentablemente, muchos dirigentes de todos los sectores e intereses, practican a través del lenguaje la sugestión de ideas. No quiero molestar a nadie con comparaciones, pero a veces la búsqueda de una forma didáctica de analizar situaciones nos obliga a realizarlas. Algunos discursos breves me recuerdan a los vendedores ambulantes, que ofrecen maravillas a un precio irrisorio. Otros más extensos, semejan a largos alegatos verbales que algunos abogados formulan para exculpar a sus clientes. Ambos mecanismos disfrazan una realidad que no siempre es aceptable, aunque para algunos sea momentáneamente creíble.
Los fracasos político-económicos, que se transmiten durante varias generaciones, hacen que sus actores puedan tener un circunstancial papel, importante de por sí, pero que dure mucho menos de lo originalmente previsto. Pero cada accidente político produce daños enormes e injustos en el entorno. Quienes escribieron sobre las famosas leyes de Murphy, hablaban irónicamente de las absurdas tomas de decisiones. Lamentablemente somos tan creativos que podemos seguir agregando capítulos a esas leyes, hasta convertir esos textos en enormes códigos de nuestras falencias.
En julio de 1999 escribimos a nuestros lectores sobre la crisis económica que se estaba viviendo, y decíamos que la misma se iba a prolongar todo el 2000, y quizás algo más… Hoy tenemos que decir que ese algo más durará mucho más…
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero n° 725, del 21 de marzo de 2001 |