La búsqueda de la libertad está implícita en la naturaleza humana. Todos ansiamos tener libertad de tiempo, de movimiento, de opciones. Sin embargo, el vivir en sociedad representa una pérdida de espacio; nuestra mortalidad significa un tiempo que nos corre y finalmente nos alcanza; nuestras opciones están definidas por las circunstancias y de ninguna manera sirven para abastecer a aquellos que viven de capricho en capricho.
Es decir que la libertad no es, en lo que hace a nuestra relación externa, una posibilidad infinita. Sólo la educación para su ejercicio nos potencia para aprovechar los espacios vacíos que nos dejan sin oposición los otros ocupantes de la Tierra.
Avanzar sobre espacios ya ocupados implica conflictos y luchas con quienes están ahí, con los avatares y esfuerzos que ello requiere. Este concepto es válido tanto para la vida en naturaleza, como para la vida en sociedad. El derecho a la supervivencia no está condicionado exclusivamente a la inteligencia de sus titulares, ni tampoco a la fuerza física de los mismos. Hay razones de equilibrio que justifican ciertas situaciones, y si hay algo que se desequilibra, la famosa ley de las compensaciones genera en el tiempo nuevos hechos que retroalimentan el curso y decurso.
Saber lo que se puede hacer, conocer lo que se debe hacer, y estar consciente de con qué y con quiénes hacerlo es parte de la educación para la libertad.
La libertad sin la cultura del conocimiento y la responsabilidad necesaria, no es nada más que una entelequia, o el capricho de niños que puedan llegar a tener la edad de adultos. Pero nada de ello se logra sin el esfuerzo y sacrificio suficiente, que sólo puede estar motivado en justos premios intermedios, porque el afán universal de la libertad tiene un contravalor esencial que es la justicia.
La pérdida de fe en la justicia, significa la pérdida de la esperanza, que es el soporte de dos importantes virtudes humanas y ciudadanas: la paciencia y la perseverancia. Sin ellas el espíritu se quiebra y desorienta, y por lo tanto la amargura, el encono y el temor ocupan desmedidos espacios que llevan firmemente a una infelicidad crónica.
No debemos olvidar que aquellos que se sienten presos por las circunstancias, terminan soñando con fugas que no son siempre lógicas y definitivas.
Si no hay justicia, la libertad es sólo un escape sin méritos. Defendamos la libertad buscando la justicia. Apoyemos a ésta, siendo justos en cada momento de nuestras vidas. Ayudaremos así a mantener la esperanza de quienes nos rodean, y orientaremos a quienes nos siguen. El verdadero ciudadano es aquel que se siente justo y libre en sus alternativas, caso contrario es apenas un votante más.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero nº 307, el 17 de marzo de 1993
¿En qué momento la cola empieza a mover a un perro agitado?
Esta pregunta, bien aplicada e interpretada, puede servirnos para sobrevivir jocosamente, frente a las contradicciones absurdas de conductas humanas.
C.B. |