Carta a mis hijos adolescentes publicada en el DV n° 518, el 2/04/1997
El espíritu de aventura es inherente al ser humano,
de la misma manera que su contravalor
el mediocre quedantismo.
Carlos Besanson
La falta de seguridad y de confianza en la ley y en los hombres que la aplican genera un desasosiego, que de convertirse en crónico, desarraiga espiritualmente a quienes lo sufren. Si a eso se le suma dificultades laborales, cualquiera sea la causa original de ellas, estamos generando potencialmente dos opciones peligrosas: o un impotente quedantismo que lleva a aceptar lo desagradable porque es difícil cambiarlo de inmediato, o un hipotético emigrante, que se siente excluído por la pérdida de espectativas.
Si repasamos las motivaciones que llevaron a los europeos a la conquista de América, observaremos ciertas características comunes a esos hombres, que tenían algo de aventureros, cualquiera fuese el nombre del monarca que invocaban para ocupar territorios no propios. Por ejemplo muchos no tenían estabilidad laboral, porque las leyes hereditarias vigentes en ese momento privilegiaban el concepto de mayorazgo, es decir que el hijo mayor era el principal heredero de la fortuna de sus ancestros. También las discrepancias ideológicas, sean estas políticas o religiosas, llevaban a muchos a una especie de ostracismo, en el que la prudencia invitaba a estar lejos de ciertos centros de poder.
Esas dos causales, que no siempre eran las únicas, pero que a veces se sumaban potenciándose, impulsaron a muchos durante varios siglos a aceptar riesgos y viscisitudes a cambio de esperanzas de honores y poder. Los inmigrantes de los siglos XIX y XX, si bien no venían en expediciones armadas, sí lo hacían en muchos casos con acuerdos que permitían el acceso a colonias de paisanos de similares regiones, ideas y religiones.
La autoprotección que esos paisanos se daban entre sí estaba destinada a neutralizar en parte los riesgos de idioma, desconocimiento de usos y costumbres locales y resistencia de grupos nativos o de otras colectividades encontradas.
Cuando de tanto en tanto el cine recuerda con sus películas ciertos episodios de la llamada conquista del oeste norteamericano, vemos que el factor riesgo fue tremendo y las dificultades no siempre fueron salvadas por algunos de los protagonistas de ese desafío. Ni la seguridad ni la justicia estaban vigentes en su plenitud, tal es así que un legislador de nombre Lynch logró la aprobación de una norma que permitía en los casos de delitos graves, en que sus autores fueran detenidos in fraganti, los mismos pudieran ser ajusticiados por el pueblo sin necesidad de un juicio previo. Este ejemplo permite entender el factor de incertidumbre que existía en esos momentos en que América del Norte se expandía territorialmente.
Ustedes me habrán escuchado decir muchas veces que yo actúo como inmigrante en mi propia Patria, es decir que actúo con el grado de concentración en el trabajo que tienen los auténticos inmigrantes, y con la desconfianza que ellos tienen sobre las cambiantes reglas de juego en sitios en donde actúan. Hace tiempo pregono públicamente que si yo estuviera en otro país vendría a la Argentina a trabajar, porque hay mucho para hacer bien, en la medida en que uno coloque simultáneamente sudor con inteligencia.
La conquista del oeste es aquí y ahora, y si bien como en las películas no es fácil vivir sin seguridad ni justicia, los hombres y mujeres con suficiente fortaleza moral e intelectual no pueden huir frente al poder arbitrario o al caos destructivo. El espíritu de aventura que a cualquier edad todos tenemos puede ayudarnos a recrear una sociedad que nos necesita en la medida que aportemos honestamente nuestro trabajo fecundo, y nuestro respeto a quienes cumplen con la Constitución que convocó a nuestros abuelos inmigrantes a sumarse a este inmenso país.
Carlos Besanson |