Amigo mío:
Cuando tu padre te recomendó para conversar conmigo, sobre una orientación para buscar empleo mientras inicias tus estudios universitarios, me atreví a ofrecerte una beca para estudiar dactilografía en un curso rápido. Pensé en ese momento que el manejo hábil de un teclado era un detalle importante para postularse en un trabajo de oficina. Sin embargo rechazaste el ofrecimiento con el argumento de que le corresponde al empleador preparar en todos los aspectos al personal. Tu postura me ha llevado a escribirte esta carta que creo es válida para muchos jóvenes en tu situación.
Al iniciarse la sucesión de una persona se acostumbra a emplear el término derecho-habientes aplicada a quienes invocan un carácter hereditario para obtener, total o parcialmente, los bienes del fallecido. Cuando se analiza la historia, el presente y la proyección futura de un país, se descubre la existencia de presuntos derecho-habientes que se postulan como beneficiarios.
Generaciones de herederos del duro trabajo de nuestros abuelos actúan cotidianamente como titulares de méritos ajenos sin agregar los propios. No toman como punto de partida la plataforma que les han dejado, sino que descansan sobre ella con total inconciencia o desparpajo. El buen ejemplo de laboriosidad de sus ancestros no los convoca en la imitación, son apenas ocupantes de un territorio que no supieron conseguir, pero tampoco saben administrar. Poseen títulos y honores impropios y disputan con otros derecho-habientes, tanto rentas de bienes que desconocen, como frutos de cosechas no sembradas.
Si las generaciones presentes no descubren a tiempo la importancia de saber discernir qué es propio, y qué es ajeno, jamás podrán respetar el trabajo inteligente como una necesidad individual y social. No habrá para ellos ni desarrollo económico asegurado, ni paz espiritual vigente.
El derecho al trabajo es indiscutido, pero parte de la premisa de aprender a trabajar, de asumir el rol y la función competente de ese trabajo.Es decir, de asumir la responsabilidad laboral, que implica no sólo el acto, sino también la preparación adecuada para el acto. 
Estos conceptos de ninguna manera están circunscriptos al trabajador en relación de dependencia o al cuentapropista, sino que son aplicables plenamente a los profesionales y a quienes actúan en el gerenciamiento empresario. No basta ocupar una posición destacada en el organigrama de una institución, pública o privada, para considerarse con derecho al ejercicio de esa función. Cuando más compleja es una actividad, mayor es la acumulación de responsabilidades que la misma engendra, y por ende mayor es la preparación y dedicación que la misma requiere.
Pero parecería que en toda actividad laboral el punto de referencia no es lo que se produce o hace sino lo qué se gana. Con ese criterio se pretende ganar, independientemente de la capacidad para generar riqueza, y por lo tanto entramos a gastar lo que otros hicieron, otros hacen, u otros harán
Esta aspiración a un reparto injusto e indiscriminado, genera necesariamente tensiones y frustraciones sociales que desencadenan reacciones no siempre ecuánimes. Es que la confusión de derechos lleva a veces a situaciones de hecho perturbadoras. De esta manera hay quienes actúan como si todos los bienes que visualiza fueran mostrencos, vacantes, o sin titulares legítimos.
Seguramente piensas que tienes derecho a la vida. ¡Por cierto que sí! pero la vida es compromiso con las responsabilidades en el pensar y el hacer.
Te saluda con firmeza y afecto.

Carlos Besanson