Un antiguo ceremonial otorga con cada investidura un tratamiento protocolar que parte de presupuestos formales. Por ejemplo, uno se dirigía al ciudadano que circunstancialmente ocupaba la Presidencia de la Nación con la fórmula de Excelentísimo Señor; el ciudadano abogado que es Juez merece la invocación de Vuestra Señoría, o lo que es lo mismo abreviado V.S. o Usía. Los ministros recibían a cambio de sus tareas el trato de Su Excelencia.
Con el tiempo, más por el fracaso de gobiernos que por austeridad republicana, ese formalismo quedó circunscripto a los formularios, es decir que en las notas dirigidas a los ciudadanos funcionarios se reflejaban o se asentaban las viejas advocaciones de antaño. Es significativo que en la época en que los administradores y ejecutivos de todo el mundo rinden culto a la excelencia, nuestros ciudadanos mandatarios integrantes de los tres poderes la hayan ido perdiendo en el tiempo.
¿El hábito hace o no hace al monje? Lo hace en la apariencia pero no en la esencia. Por ende, no es fácil discernir rápidamente si lo que está debajo del hábito es coherente con la apariencia que él confiere. Ese proceso de análisis es una tarea permanente que todo ciudadanodebe realizar con respecto a quienes ha encomendado su representación circunstancial, en cualquiera de los poderes del Estado.
La real autoridad surge de la capacidad personal de ser autor, es decir creador responsable de hechos o dichos que sean aceptados como válidos y orientativos por la sociedad. El funcionario ejecutivo, legislador o judicial debe sentirse autor de obras significativas que no contradigan el sentido de su mandato. Si un juez va preso, la sociedad toda se convulsiona. Si un ministro no administra como debe, los ciudadanos se sienten defraudados. Si un legislador actúa conforme a sus intereses egoístas, la comunidad se siente herida.
Pero esa sociedad, esos ciudadanos y esa comunidad se revolucionan aún mucho más cuando el mandatario infiel obtiene un dorado exilio o una gratificación encubierta que viola todo principio elemental de justicia y equidad. No debemos olvidar que el más aberrante de todos los delitos es aquél que quedó impune. La vigencia del Código Penal solamente adquiere relevancia a través de las sentencias sabias que lo aplican; si no sólo es una colección de datos que adquiere el mismo valor que una guía telefónica en un país con alto porcentaje de teléfonos incomunicados.
La comunicación dentro de la sociedad se puede hacer fácil cuando existen códigos que no requieren descifradores y que, por lo tanto, pueden ser perfectamente entendidos y aplicados por todos.
Recién en ese momento el monje habrá recuperado su esencia y el hábito será nuevamente respetado.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero Nº 196 el 30 de enero de 1991 |