REGION - La Pampa
Semanario REGION®
Del 26 al 31 de marzo al de 2010 - Año 20 - Nº 939
R.N.P.I. Nº 359581

  
Réplicas y contestaciones

El acto de pensar conlleva necesariamente el de opinar. En la medida en que el hombre actúe en sociedad, esa es la tendencia natural, su opinión es transmitida a sus congéneres inmediatos a través de la palabra, y a los demás mediante la escritura. El transporte de la voz y la imagen, con el empleo de nuevas tecnologías, va otorgando constantemente más fuerza y alcance a la expresión humana.
Pero pensar es un acto esencialmente individual en el cual el sujeto va buscando, o aceptando información que capta a través de sus sentidos, e interpreta mediante una inteligencia en constante formación y educación. La cultura que va recibiendo del medio ambiente, en donde actúa y se desarrolla ese individuo, le señala objetivos, posibilidades y opciones que se convierten en deseables. La incultura, propia y ajena, genera absurdos escollos, que se agregan a los inconvenientes normales que dificultan la obtención de los resultados.
Una conocida revista empresaria de negocios, nos pidió que participáramos con nuestra opinión, en un estudio destinado a medir la importancia de la propaganda impresa en una campaña electoral. Sin entrar en una absurda disquisición sobre preeminencias entre el mensaje radial, televisivo o gráfico, pienso que la escritura mantiene aún una fuerza psicológica de gran compromiso por parte del autor que documenta su posición, como un testimonio, que de ser falseado, puede convertirse en testamento de un muerto político
Muchos hablan de la opinión pública en forma tal que da la sensación de ser un sinónimo de ciudadanía. En realidad no existe una sola opinión pública en forma genérica, sino diferentes opiniones de un público, o de públicos. Aun cuando pueda existir una opinión mayoritaria sobre ciertos temas, no se requiere mucho esfuerzo para entender que siempre hay un disenso, aunque sea de unos pocos. Pero esos pocos siguen siendo ciudadanos, o integrantes de un público en discrepancia que tienen derecho a expresarse.
En las épocas en que las imprentas eran escasas, la falta de libertad para imprimir era una manera de limitar la difusión de opiniones diferentes con aquellos que tenían el poder y la fuerza, aun sin tener la razón y la justicia. Las presiones y ataques físicos que tenían esas imprentas facilitaban los designios de quienes querían escuchar y leer sólo los comentarios que los favorecían. Las imprentas eran la única opción para manifestarse masivamente, porque aún no estaban descubiertas ni operativas las nuevas tecnologías de comunicación. Por eso la libertad de imprenta adquirió la necesaria protección constitucional en casi todos los países contemporáneos. Ese reconocimiento es la aceptación del derecho a opinar en voz alta, sin susurros, sin impedimentos, sin presiones.
Frente a la fuerza económica de poderosos multimedios, ha surgido también una enorme cantidad de pequeñas y medianas opciones de comunicadores que tienen sus propios instrumentos de llegada, usando técnicas que no requieren inmensas inversiones. Esas múltiples variantes de emisión y llegada de informaciones y comentarios, neutralizan tentadoras tendencias hegemónicas latentes. Incluso he sostenido públicamente, y en repetidas oportunidades, que hasta el afiche, firmado por persona responsable, tiene la protección constitucional, en la medida en que su colocación no dañe los frentes de edificios.
Por eso cualquier argumento que se pretenda emplear para imponer, sin orden judicial, el derecho de réplica forzoso, sobre la base de que el ciudadano común no tiene medios propios de expresión, está falseado por la realidad de los hechos. Toda persona puede manifestar su opinión disidente a través de un volante, de un afiche, de una carta de lector, y del empleo de los múltiples instrumentos de comunicación, como periódicos, revistas, radios y canales de televisión. Cada director de esos medios tiene absoluta libertad para determinar si la opinión de quien se dirige a él interesa, o no, a su sectorizado público lector o espectador. Ninguna legislación debe interferir en el libre juego de las opciones y de las oportunidades. El público sigue siendo el único censor legal al dejar de leer, escuchar o ver el medio de comunicación que le falsea la verdad, o que no representa o interpreta sus intereses. Toda otra argucia legal es inconstitucional, incluso la apropiación del espacio ajeno como pretenden algunos legisladores sensibles a las críticas públicas publicadas.

Carlos Besanson

Publicado en el Diario del Viajero nº 329, el 18 de agosto de 1993

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