Pueden ser muchos los componentes que integran esa capacidad personal de captar la simpatía y el reconocimiento ajeno, pero uno de ellos es la cortesía, como una manera de fácil comunicación. Originalmente ese concepto consistía en las reglas que las viejas monarquías imponían en su corte como fórmulas de trato entre los distintos niveles de sus integrantes. Desde ya el fiel cumplimiento de tales normas de cortesía no implicaba auténticas lealtades, la falsía podía estar escondida en los gestos y palabras ampulosas que se intercambiaban las partes. Pero si alguien quería demostrar un poder contrapuesto es, a través del rompimiento a sabiendas de las reglas, que se manifestaba su voluntad de convertirse en emergente.
Ser cortés no significa necesariamente ser caritativo, pero es muy difícil descubrir a una persona que ama a su prójimo a través de actitudes no suficientemente educadas para el trato. Han pasado muchos siglos y generaciones que han modificado, por pérdida de vigencia, las reglas de reconocimiento entre individuos, pares entre sí, o dispares; pero la sociedad, y cada uno de sus componentes, pide actitudes de respeto como un comienzo de aceptación y estima. Sólo a través de esa aceptación puede lograrse una comunicación más fluída que permita la apreciación de ideas comunes y el respeto de posiciones divergentes.
Ser descortés no sólo es una falta a la caridad sino también una declaración tácita de guerra, o un comienzo de hostilidades entre los hombres. Sin embargo pese a lo grave que significa esta actitud insocial vivimos rodeados de gentes a quienes les falta ese don. Resulta difícil la convivencia en núcleos con integrantes que no comprenden la importancia de ciertos gestos como un medio para demostrar que se está en actitud pacífica. En la antigüedad, por ejemplo se estrechaba la mano, o se saludaba con la mano en alto, como un acto de demostración de que no se estaba dispuesto a atacar a mansalva, es decir sin advertencia previa.
En las relaciones entre individuos de diferentes sexos también se advierte la pérdida de hábitos de cortesía. La tan justa búsqueda de igualdad de derechos y oportunidades, entre la mujer y el hombre, parecería que ha generado la pérdida de honestos actos de seducción. No existen entre los novios las actitudes galantes que vemos en muchas especies animales, aparentemente inferiores a la nuestra. Hasta los más carniceros llegan a respetar ciertas reglas de juego con sus parejas, que permiten el entusiasmo original, y la perseverancia en la relación.
En esta etapa de la civilización, en que el tiempo nos roba el tiempo, es con pequeños gestos, y con una simbología sencilla, que debemos demostrar el respeto a los demás. Son los padres, líderes naturales de sus hijos, los que deben enseñar y transmitir los mensajes de no guerra, y de paz y amistad. Son los maestros, educadores sociales de la minoridad, los ejemplos ideales para ser copiados por los educandos. Y finalmente, es la sociedad toda, la que debe reflejar sobre sus componentes la inteligencia de una vida con respeto a los demás para que la misma sea respetable en la valoración de todos. Sólo así la gente tendrá ese don que los demás aprecien.
Carlos Besanson
Publicado en Diario del Viajero nº 279 del 2 de setiembre de 1992 |