Mamá Chancha estaba junto a su hijito el Chanchito. Este le preguntó curioso: -¿Mamá, quiénes son anormales? Y mamá Chancha luego de meditar profundamente contestó:
-Hijo, anormales son los que no son chanchos como nosotros.

Esta era una de las historias o relatos con que comenzaba treinta años atrás mis clases de periodismo, en la Universidad y también en la Escuela de Locutores en donde era docente. Buscaba con estos cuentos, premiar a los alumnos que eran puntuales en su asistencia, con una afable introducción sobre la relatividad de ciertos argumentos que un profesional de la comunicación podía escuchar, o quizás decir.
Después de los relatos, venía un pequeño debate sobre el tema, y seguidamente pasabamos a lo específico del programa, en momentos en que la asistencia era casi perfecta. Con el tiempo me fui enterando, que los que llegaban retrasados ponderaban tanto estas historietas, que al final de las clases indagaban a sus compañeros más puntuales, preguntando: ¿y hoy qué broma contó?
La razón de ser de esta nota está motivada en el llamado telefónico que me hizo un alumno de ese entonces, que para identificarse mejor como tal, hizo mención a la historia de Mamá Chancha. Grande fue mi sorpresa, porque el motivo de esa comunicación era un reportaje radiofónico, que me quería hacer a raíz del Día del Maestro.
Ese reencuentro a la distancia, y la charla radial correspondiente, me llenó de emoción, porque percibí una vez más, que el nexo invisible de conexión fue el Diario del Viajero, del cual él es un asiduo lector.
No es fácil ser maestro en un mundo en donde todo se cuestiona, todo es relativo, y todo está condicionado y acondicionado.
Nadie puede discutir que el ser humano es el más inteligente de los animales, pero me atrevo a agregar, quizás no todos lo acepten, que es el más estúpido. Vaya como prueba de esto último, el comportamiento histórico de todas las sociedades que geográficamente ocupan el ámbito terrestre. El no poder evitar la lucha por el poder, ha llevado al hombre a la destrucción violenta, y a la negación encubierta de los derechos de los demás, generando daños no inteligentes y perjuicios aberrantes, que sorprenderían a todos los animales, si ellos tuvieran capacidad para analizarnos e interpretarnos.
Si el hombre actúa tontamente en su vida de relación social, también lo hace en su participación familiar y amistosa. Frecuentemente lastima sin querer a los que quiere hacer felices, en un intercambio recíproco de afectos y defectos, que alegra y perturba alternativamente.
Todos tendríamos que ser permanentemente docentes dentro de cada ambiente en que participamos. Pero también tenemos que aprender a ser alumnos de la vida hasta el momento final. Quienes han tenido que asumir espontáneamente ciertos roles en momentos caóticos, saben que es difícil ejercer la autoridad con cortesía. El mando no es fácil en esas circunstancias, pero uno sabe que poco después será juzgado por su actuación, y premiado por sus méritos, o condenado por sus deméritos.

Carlos Besanson
¡Ah! Rubén Conde, muchas gracias por haberme llamado.
Publicado en el Diario del Viajero n° 803, del 18 de septiembre de 2002