La nota anterior fue hecha sin pensar que podía haber una segunda parte. Sin embargo una llamada telefónica, recibida durante una breve ausencia de Buenos Aires, motivó nuevas reflexiones.
La comunicación la efectuó un viejo amigo de mi adolescencia, condiscípulo en la escuela secundaria. Expresó en su mensaje, que agradecía profundamente el contenido del artículo publicado. El episodio me permitió rememorar viejas situaciones, y este relato que voy a hacer, creo que es una historia útil para muchos, porque tiene un auténtico final positivo. Demás está decir que el anonimato preserva la intimidad de mi querido amigo.
Pese a que después del bachillerato continuamos carreras diferentes, siempre mantuvimos una muy buena relación, que nos permitía ponernos muy contentos cuando esporádicamente nos reencontrábamos. Sus triunfos personales me gratificaban profundamente, así como mis fracasos circunstanciales lo preocupaban bastante.
Ya grandes, su actividad lo llevó a merodear por los ambientes políticos. Sospecho que las habituales trasnochadas de los profesionales de la política, lo fueron llevando lentamente a adquirir el hábito de la bebida, con que sus contertulios trataban de distenderse de las tensiones y contradicciones, con permanentes diálogos entre amigos de ahora y quizás futuros enemigos de mañana, enrolados en diferentes sectores de una actividad política variable
Es posible que la bebida cumpliera la función de una especie de laxante psicológico, destinado a evacuar la ingesta de inconductas malsanas. Lo lamentable, es que ese pseudo remedio termina enfermando al paciente desprevenido, que adquiere una adicción que lo afecta profundamente en su vida íntima y social.
Todo adicto tarda mucho en tomar conciencia de su dependencia. Lo que en un principio da la sensación de ser un mecanismo de evasión, se convierte con el tiempo en una forma de encierro. Todas las dependencias terminan quitando la libertad de optar, y oportunidades de hacer.
Recuerdo que la esposa de mi amigo me llamó una vez por teléfono y me manifestó sus grandes sospechas sobre la adicción a la bebida adquirida por el esposo, pidiéndome ayuda para verificar esa situación y simultáneamente apoyo para salir de ella. Fue así que en repetidas oportunidades lo invité a charlar en algún bar sobre temas políticos. Con el café, yo pedía un trago fuerte, insistiendo que él me acompañara. Pero él era muy inteligente y no aceptaba el convite alcohólico; se cuidaba mucho de beber delante de alguien que no era alcohólico. Más aún, en una oportunidad lo llevé en un viaje relámpago a la ciudad de Córdoba, e intenté que el almuerzo fuera acompañado con vino. Fracasé en mi trampa, pues me manifestó que no tenía deseos de tomar.
Meses después fue internado en una cura de desintoxicación. Su gran salvación fue Alcohólicos Anónimos que le dio un permanente apoyo psicológico, de quienes de alguna manera eran pares en sus debilidades. El ejemplo de Alcohólicos Anónimos, y sus técnicas de sinceramiento, ha servido de modelo para ser aplicado en el tratamiento de otras adicciones, como ALCO, Asociación de Lucha Contra la Obesidad, o aquellos que se esfuerzan en la lucha contra las drogas, o el cigarrillo.
Alcohólicos Anónimos da a veces la sensación de ser una entidad anárquica, sin estructuras burocráticas, y sin sectarismos y preconceptos que limiten el acceso a quienes necesitan la solidaridad de sus congéneres. Su frase hoy no beberé, es toda una síntesis de la aceptación de la limitación humana, pero también la demostración de la capacidad del hombre de saber hacer frente al hoy, como manera idónea de afirmar el futuro.
¿Me preguntarán ustedes por mi amigo? Seguro que es un anónimo dirigente, de los Alcohólicos Anónimos.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero 705, del 1° de noviembre de 2005
Es preferible ser un alcohólico anónimo...
que un borracho conocido... C.B |