Tres cosas deben apreciarse:
La cordialidad, la bondad y el buen humor.
Tres cosas deben cultivarse:
La verdad, el ingenio y la conformidad.
Tres cosas deben gobernarse:
El carácter, la lengua y la conducta.
Tres cosas deben imitarse:
El trabajo, la constancia y la bondad.
Tres cosas deben defenderse:
El hogar, la patria y los amigos.
Proverbio chino
El concepto de política, es decir el de la ciencia de gobernar, deriva justamente de polis que es el nombre griego de las ciudades-estado que existían en la Grecia precristiana. En esos pueblos, pequeños quizás en la cantidad de participantes, pero significativos en su trascendencia cultural, la expresión de las opiniones ciudadanas se hacía a viva voz en los lugares y recintos elegidos para las reuniones. Por ello, para los participantes, la oratoria era el instrumento trascendente que facilitaba una comunicación directa con sus pares. Ese ejercicio del arte del uso de la palabra permitía el éxito o el fracaso de las posiciones defendidas, tanto en las asambleas como en la búsqueda de fallos de una justicia primaria, pero no por ello menos equitativa.
Cuando las sociedades crecen, en la cantidad de integrantes y territorios, la voz ya no alcanza para llegar rápidamente a todos lados. Los voceros, los bandos y pregoneros van ampliando la forma de llegada de quienes se constituyen en la autoridad, que ya no admite la paridad de todos, sino a lo sumo las alianzas de los poderosos. En esos siglos la figura del ciudadano se desdibuja para convertirse, en el mejor de los casos, en el guerrero que sirve a su señor.
Recién con la aparición de la imprenta, y la difusión mediante la educación de la capacidad de leer y escribir, el concepto de ciudadano vuelve a emerger. Ya no comunica sólo el poderoso que está en la cima, también el opositor que disiente emplea el resultado de la prensa para difundir sus opiniones. No existen dudas de que esa prensa no siempre fue positiva o elevada en sus actitudes, pero siempre fue representativa de sectores que algo tenían que decir y merecían ser analizados en sus contenidos.
En la medida en que el pueblo va retomando nuevamente la función ciudadana, la reacción de quienes ocupan el poder, sin mandato suficiente, fue siempre atacar los lugares de reuniones, para desubicarlos en sus encuentros, y trabar el desempeño de la prensa, para desorientar la opinión de los individuos.
La violencia de muchos que ocupan el poder, frente al temor de perderlo en el tiempo, ha sido siempre pretendidamente justificada en actos y fórmulas que invocan la ley y el orden público. Pero no hay orden ni ley que pueda reconocer privilegios de unos pocos que condicionen a muchos. Ese criterio no es ni democrático ni republicano, y ese orden no aceptado adquiere la precariedad que da la fuerza, y la ley se transforma así en el instrumento disimulado de una dictadura o tiranía encubierta.
Todos los instrumentos que tiendan a sellar los labios, los ojos y los oídos de los ciudadanos son herramientas contra natura de la verdadera función de la política, que no es el arte de ocupar personalmente el poder, sino la ética de gobernar para todos.
Los allanamientos de diarios para buscar información que ya es de dominio público, marcan una forma de allanar el pensamiento de sus lectores y evitar el acceso a nuevas informaciones futuras que molesten o perturben. La Justicia tiene el mecanismo apropiado para defender la honra de todos mediante los procedimientos adecuados, para mantener vigente el Código Penal, en sus articulados tendientes a sancionar los delitos contra el honor o la apología del delito. Pero no tiene lógica, para todos los hombres formados en el derecho, la pretensión sorprendente, en un caso concreto, de designar un interventor periodístico en un diario.
Los diarios pertenecen legalmente a sus editores, pero moralmente son propiedad de sus lectores. Negarle al público el libre acceso a su diario es expropiarle su derecho a la información que él desea y busca. El silencio en ese caso tiene un precio: la muerte cívica del ciudadano.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero nº 438, el 20 de setiembre de 1995, con motivo de procedimientos destinados
a perturbar la libre expresión de ciertos medios periodísticos |