Los países sufren, como los organismos vivos de la naturaleza, distintas etapas de crecimiento, maduración, e incluso enfermedad. Desde su nacimiento, que a veces refleja incluso el grito doloroso del recién nacido al aspirar sus pulmones el aire de la libertad, puede pasar un tiempo hasta que quede registrado y reconocido internacionalmente
También, como algunos pequeños, pasan períodos de gran y peligrosa debilidad frente a un medio externo hostil. Más tarde, como adolescentes son susceptibles de desorientarse en la búsqueda de un rumbo congruente. La falta de experiencia y de razonable fortaleza moral lleva a la frustración a un país, anulando una larga y fructífera vida que abarque muchas generaciones presentes y futuras.
Es decir que los ciclos de crecimiento y decadencia pueden ser definitivos o no, según los cambios de conducción y de conducta que se generen en un momento crítico. Una sociedad madura termina asumiendo sus crisis o sus errores, emitiendo los anticuerpos protectivos adecuados para salir de su enfermedad política, social y económica. Se da exactamente igual que en los organismos vivos donde el cuerpo asume tendencias defensivas que permiten la supervivencia de cierto tipo de decadencias o degeneraciones.
Cuando las sociedades no obran con inteligencia, razonabilidad y esfuerzo, proliferan los falsos médicos o curanderos, que entretienen sin dar solución a los problemas, e incluso los agravan con procedimientos perversos. Los componentes de esa sociedad son quienes en su credibilidad enfermiza integran las tendencias negativas que erigen a falsos profetas o a brujos de la política.
En mis largos años de periodismo he tenido oportunidad de observar a muchos hombres importantes que pretendían manejar la cosa pública sin haber logrado el equilibrio en sus cosas privadas y el éxito honesto en la administración de su esfuerzo, como el de aquellos que dependían de sus decisiones. Quizás habían tenido habilidad en ocultar los fracasos, y el disimulo para que no emergieran ostensiblemente sus inseguridades e ignorancias. Sin embargo esas personas cuando se encontraban frente a un micrófono se transformaban en actores que completaban con mímica la falta de auténticos mensajes.
Un periodista tiene oportunidad muchas veces de ver de entrecasa a esos hombres destacados, y puede advertir o intuir sus vicios ocultos, y sus constantes búsquedas de libretistas que les armen una obra teatral que aumente su cartel frente al público.
En la medida en que los ciudadanos no nos acostumbremos a exigir a los funcionarios constantes rendiciones de cuentas del empleo de su tiempo, pagado por nosotros, del cumplimiento de sus promesas y de las inversiones que nos piden para sus obras de bien, nunca podremos hablar de una verdadera república democrática.
El organismo país no funcionará adecuadamente si no tenemos sabiduría para descubrir a tiempo las trampas y los tramposos, si no logramos los instrumentos que permitan una justicia rápida que castigue a quienes engañan delictivamente, y una prensa independiente que descalifique a quienes, eludiendo el Código Penal, agravian la Constitución y a nuestros derechos ciudadanos.
No deberían ser los avisos oficiales el precio del silencio, ni la falta de ellos la razón de la inquina. La prensa sana deberá ser siempre el alimento de los hombres libres que defienden la República con su constante opinión expresada clara y firmemente. Caso contrario tendremos una larga y peligrosa convalecencia.
Carlos Besanson
Publicado en el Diario del Viajero Nº255 del 18 de marzo de 1992 |