El cierre de los festejos es con el espectáculo “Pico Cumple”, que culmina el domingo 12 con la actuación de “Los Tekis”.
Notas en esta entrada:
- Pico en su 118 cumpleaños: Un regalo de inolvidables perlitas
- ¿Muchos o mejores…?
- Festejo a toda música en el Paseo Ferroviario
Por Hugo Ferrari
¡Si se habrán dicho palabras y si se habrán pronunciado discursos con motivo de cada aniversario de nuestro pueblo…! Tanto se ha expresado en 118 años que uno teme no encontrar expresiones originales y tener entonces que agregar “nuevos recuerdos” y nuevos deseos que en realidad no serían tan nuevos, sino los mismos de antes, modificados un poco por los usos orales y por los cambios que impone el tiempo.
Para colmo a la historia no la podemos modificar más allá de algún dato revelador que tienda al revisionismo, ni la podemos sustraer de las interpretaciones subjetivas. Así pues y escapándole a los moldes, me voy a referir a algunas anécdotas aisladas que pudieran reflejar el perfil de un pueblo que nominalmente dejó hace mucho de serlo, para adquirir las pretensiones de ciudad, pero que en el fondo lo sigue siendo.
Zabalaindicoechea
Cuando muy poca gente usaba tarjeta de presentación, hubo por aquí un vasco que la tenía y que no se andaba con vueltas para expresar sus probables méritos. En aquella tarjeta se leía: “Pedro Zabalaindicoechea, primer poblador y habitante de la primera casa de altos- General Pico”.
El hombre parecía ser todo terreno y en un tiempo virgen en oficios y profesiones se ofrecía como “maestro de escuela, mecánico, agente de colocaciones y rabdomante, doctor en pastos y pastas, fabricante de bombas y de pleitos”.
Sin ningún tipo de inhibiciones había colocado frente a su domicilio un cartel en el que podía leerse: “Agencia de colocaciones y descolocaciones. Se preparan bombas y se aplican mangas. Se dan informes sobre aguadas y pastoreos. Fabricación de masitas y asuntos judiciales”.
Llegó a Pico a principios de mayo de 1905, seis meses antes de la fundación, con una casilla a la rastra que le servía de carro y vivienda y una vieja trilladora. Compró un lote en la esquina de 16 y 19 y en él construyó lo que llamaba la primera casa de altos que se edificó en el pueblo. Pero no vayan a pensar que tenía más de una planta; era sencillamente una pieza de dimensiones comunes con un sotabanco que en vez de estar por sobre la cornisa se hallaba cornisa abajo. Era algo así como una planta baja alta que desde afuera parecía otra cosa.
El pomposo don Pedro que no ponía nunca su firma sin agregarle “Primer poblador”, tenía la obsesión de las primacías, y pretendía también que su casita figurara como la primera construcción de mampostería, cosa que nadie hubiera creído porque varias otras se le anticiparon.
Pero vaya usted a discutirle..!, Aquel hombre, aunque parezca mentira se quedó corto en sus alardes. Porque se le olvidó decir que fue también el primer vasco en andar por estas tierras, que tuvo el apellido más largo que pudiera suponerse y que a estar por las viejas reseñas de las que me abrevo, pudo haber sido el primer personaje pintoresco de todos los que a partir de entonces pulularon en la ciudad. Y fueron muchos...
La galleta de Santa Aurelia
El que sigue es el mejor relato que podría ofrecerse para imaginar cómo eran estos lugares en tiempos de la fundación. Es la reseña textual de don Juan L. Pozzo, uno de nuestros primeros pobladores, incluida por Brudaglio en su Álbum Gráfico de 1915. La expongo así porque me parecería irrespetuoso agregarle una sola palabra mía.
“En el mes de julio de 1905 el tren del Oeste llegaba hasta el Meridiano V, límite de la provincia de Buenos Aires con nuestro territorio. Bajé en ese punto para trasladarme hasta el lugar donde debía fundarse el pueblo. Un tren en construcción me trajo hasta la puerta de la estancia del entonces presidente de la República doctor Quintana.
En esa época la actual estación estaba en construcción a un metro y medio del nivel del suelo, siendo todo este campo una desolada pampa de propiedad del señor Eduardo Castex.
El agrimensor señor Aubín, venido de Intendente Alvear, terminaba la mensura del gran pueblo y una cuadrilla de veinte peones formó campamento frente mismo de la actual estación para levantar los galpones de hierro de la casa de comercio Juan L. Pozzo y Cía.
A dos leguas de la estación existía una población pulpería llamada “Las Liebres” (hoy El Descanso) del señor Santos Ayerra, de aspecto humilde, con el clásico enrejado delante del mostrador y una pequeña abertura para despachar los artículos a los pocos clientes que tenía.
No había allí otro signo de civilización; los campos en su totalidad estaban dedicados a la cría de ovejas pues solo existían el pasto natural y algunas aguadas.
Los materiales de construcción que yo hacía venir de la capital federal hasta Meridiano V para fundar la casa de comercio que más tarde debió llamarse a título de buen derecho “La Fundadora”, eran traídos aquí en carros y en tren de balastro cuando se podía.
Puede imaginarse el lector las dificultades que tendríamos en desarrollar todas las energías, cuando la galleta, por mencionar el primer renglón de comestibles, nos llegaba desde una distancia de ocho leguas y propiamente de la estancia “Santa Aurelia” del señor Bartolomé Ginocchio, célebre después por su cabaña en toda la República”.
Las bombas que no cayeron
Creo que fue por el 62, cuando azules y colorados, aquellas dos fracciones del ejército que pulseaban por el poder tras los derrocamientos de Frondizi y Guido mantenían en ascuas al país.
Se corrió por esos días la noticia de que General Pico, por ser nudo ferroviario importante, encajaba en las estrategias de uno de los bandos en pugna, al extremo de decidir su bombardeo aéreo para evitar el traslado de tropas y abastecimientos.
La versión se difundió incluso por las radios Colonia y Porteña (que después fuera Continental) y la alarma cundió entonces por el vecindario. Muchos jefes de familia decidieron el éxodo temporario y cargando parientes, alimentos y enseres en camiones y camionetas, tomaron rumbo al campo o a los pueblos vecinos para esquivarle el bulto a las bombas.
Se decía que el objetivo de los aviadores serían las vías y no la población civil, pero los vecinos más cercanos a la playa ferroviaria resolvieron irse igualmente por temor a ser salpicados en razón de la proximidad propia o de la mala puntería ajena.
Las bombas no cayeron, pero el miedo colectivo permaneció por largo tiempo, hasta que los devenires de la política señalaron otros blancos.
Lo que sembraba el tren
En aquel tiempo el sitio convocante era la estación, sobre todo los martes, jueves y sábados cuando al anochecer, los trenes llegados de Telén y Arizona se alargaban en uno solo para iniciar la aventura que concluiría en Once.
No existían la televisión, ni los boliches de hoy, ni las cafeterías, ni los restaurantes, ni los celulares, ni las computadoras. Por entonces las familias se reunían en las kermeses y retretas de los domingos y en la alegría de los corsos. Pero el paso de los trenes era la atracción popular permanente y el gran festival folklórico.
En el segundo andén estaba el Diesel que aquí llamábamos “El blanco” y que unía Bahía con las provincias de Cuyo. En él viajaban los marineros vestidos al tono que subían y bajaban incansables de sus coches para hacerse ver y para ver mejor a las chicas del pueblo.
El color predominante era sin embargo el marrón terroso de los soldados de nuestro regimiento que en cantidad mayor pululaban inquietos por andenes y adyacencias.
En medio de la soldadesca y bien mezclados estábamos los civiles, los mayores sueltos y los menores tomados de la mano de la vieja por miedo al extravío. Todo era luz y bullicio en el acelerado buscar de lugares, en las maniobras ferroviarias y en los preparativos de viaje.
Serpenteando pasaban las ruidosas carretillas hacia los vagones de equipajes y al postal, y los viajeros que presurosos conseguían lo indispensable en el kiosco del gordo para la travesía de una noche.
Había familias numerosas con hijos de todas las edades que “acampaban” en los asientos del coche de segunda y que acomodaban sus bártulos como para viajar a Europa. Iban con valijas, paquetes, ropa de abrigo, comidas y enseres varios que con la ayuda de algunos voluntarios lograban subir al tren.
La inminente aventura ferroviaria debía abrirles el apetito, porque mucho antes de la partida, las madres, a las que siempre recuerdo gordas, desenvolvían sobre la pinotea los paquetes tan prolijamente preparados y en pocos minutos milanesas y gallinas dejaban de ser equipaje para pasar a formar parte de la singular especie humana. El vino del papá y la naranjina de los chicos, completaban la bacanal ceremonia cuando aún el viaje no había comenzado.
La gente de mi pueblo se ponía el mejor ropaje y caminando en solitario o en grupos llegaba a la estación. Recorría una y otra vez la larga fila de vagones en ambos andenes, saludando, charlando, preguntando y respondiendo sobre temas triviales. Algunos subían y caminaban los coches por dentro degustándolo todo, como quien demora el último retazo de vino casero.
El entretenimiento de los que alguna vez habían llegado del oeste pampeano para vivir en Pico fue ir al tren para ver quién “pasaba” del pueblo natal a Buenos Aires.
Cuando silbato y campana anunciaban el final de la fiesta, algo impreciso y gigante se iba con el tren. Ir a la estación no era una simple rutina. Era soñar, imaginar, proyectar, empilcharse y marchar al gran encuentro vecinal.
Caminando al cementerio
En oportunidades no sé decirme si los cambios de juicio y de hábitos en los seres humanos responden en especial al escenario, a las circunstancias o a la evolución interior inevitable de la especie.
Hace sólo algunas décadas a casi nadie se le hubiera ocurrido en Pico caminar por propia voluntad para el lado del cementerio.
En tren de esparcimiento la gente arrancaba con cualquier rumbo, menos con ese que recorremos para acompañar a quienes dejan de pertenecer al círculo de los animados. Había como un prejuicio o quizás una superstición que impedía a la mayoría transitar aquellas cuadras de altos eucaliptos que invariablemente traían la sensación del último viaje.
Por estos días el mismo circuito, embellecido y cuidado, es el que prefieren las mayorías para sus diarias caminatas de finalidad aeróbica.
Sobre todo a las tardes, ese sector de la Avenida San Martín es como una fiesta de cuerpos sanos o de los que pretender serlo sin discriminación de sexos ni de edades.
La gente camina o corre en solitario o en compañía y da gusto verla en su intento de escaparle al engorde desmedido y a los síntomas seniles.
El camino al cementerio ya no es de temer. Tal vez por haberse comprendido luego de tantas experiencias mundanas que acercarse a los muertos no entraña tantos riesgos como relacionarse con algunos vivos.
Hay quienes sueñan para Pico con un conglomerado de 100.000 almas o, como la tarea de imaginar es gratuita, con una población de 200.000. Hay por el contrario quienes prefieren mantener los índices actuales para intentar con ellos el mantenimiento de una ciudad ordenada, limpia, saludable, segura y con mayores confortabilidades sociales.
Dependiendo de si se prefieren las cantidades a las calidades (lo cuantitativo a lo cualitativo) o viceversa, hermoso sería que se dieran las dos cosas a un mismo tiempo. Pudiera ser que nuestros hijos o nietos, dueños de un tiempo tan distinto, prefieran vivir en una comunidad mayor con todos los beneficios del progreso, el desarrollo y el bienestar.
Sea como fuera resultaría lastimoso que esta ciudad perdiera sus encantos típicos, la alegría de su gente y el fervor lugareño que nos llevó a ser un algo hermoso a partir de la nada.
Colaboración: Hugo Ferrari
Los festejos centrales por el 118° Aniversario de General Pico, serán este viernes 10, sábado 11 y domingo 12 de noviembre, a partir de las 19:00 horas, en el Paseo Ferroviario con artistas locales, provinciales y nacionales, donde se espera superar al año anterior para esta fecha, cuando la Ciudad recibió más de 30 mil personas que disfrutaron los shows libres y gratuitos.
Buenos espectáculos
En este 2023, en el escenario principal se presentarán este viernes 10, Los Totora; el sábado 11, el cantautor de trap, FMK y el domingo 12 el cierre estará a cargo de Los Tekis y Flor Paz.
En simultáneo y durante los tres días de festejo se presentará el Ballet Folklórico Nacional con un elenco de 56 artistas en escena.
También el 11 y 12, desde las 19 hs, habrá stands de emprendedores.
Encuentro de Escultura
Mientras tanto, el pasado lunes 6 se realizó el 1er Encuentro de Escultura, en El Parador, donde durante cinco días, seis escultoras y escultores realizan una obra para luego emplazarla en distintos espacios públicos de la Ciudad.