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Del 28 de junio de 2024 - Nº 1.584 - Año 34 - INPI 1983083

Perón, una bisagra en el tiempo de los argentinos

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A 50 años de la muerte del líder justicialista, Hugo Ferrari traza una similitud entre su doloroso final y el del cacique de los pueblos incaicos.

Por Hugo Ferrari

A 50 años de la muerte del líder justicialista, Hugo Ferrari traza una similitud entre su doloroso final y el del cacique de los pueblos incaicos

El 17 de mayo de 1781, en la Plaza de Armas del Cusco, Túpac Amaru, caudillo indígena peruano y líder de la gran rebelión contra la corona española, era sometido a muerte por descuartizamiento para lo que fue atado en sus extremidades a cuatro caballos que tirarían en distintas direcciones.

En la tarde del 12 de junio de 1974, antes de despedirse de su pueblo, Perón advertía a la militancia sobre la necesidad de mantenerse vigilante, diciendo “Yo sé que hay muchos que quieren desviarnos en una o en otra dirección pero no nos dejaremos influenciar ni por los que tiran desde la derecha ni por los que tiran desde la izquierda”.

Como dicen que la historia se repite trato de encontrar entre aquel José Gabriel Condorcanqui Noguera (Amarú) y el tres veces presidente de Argentina Juan Domingo Perón, una simetría aciaga. Ambos fueron líderes determinantes y ambos terminaron sus días “tironeados” por las fuerzas de los intereses y de las ideologías irreconciliables.

Un final anunciado
¿Quién sabe cuándo empezó a morir Perón y no solo por sus achaques físicos? Tal vez cuando su estrella comenzó a empalidecer en 1955 por la conjura de poder, iglesia y uniformes y por un nuevo estado social en el que ya no cabían sus antiguos recursos intelectuales y oratorios.

Quizás cuando desde el exilio alentó y pactó con cuantos podían servir a su causa y a su regreso por disímiles que fueran, creándoles expectativas también disímiles.

Tal vez cuando aceptó la pesada e increíble responsabilidad de unir a los argentinos desde su vejez y con su propia y oficial jefatura en un país que al igual que él ya no era el mismo.

Lo cierto es que aquella última vez debió hablar desde atrás de un cristal anti balas que lo separaba de sus seguidores, incondicionales algunos y condicionales otros, todo un símbolo de los tiempos que corrían. Y que con las pocas fuerzas que le quedaban lanzó aquellas palabras que sonaron a despedida: “Les agradezco profundamente que se hayan llegado hasta esta histórica Plaza de Mayo. Yo llevo en mis oídos la más maravillosa música que para mí es la palabra del pueblo argentino…”

El primero de julio de 1974 no fue un día peronista. Por de pronto amaneció nublado, mientras los médicos alertaban sobre el inminente final del hombre que había conducido la política argentina desde 1945, incluso desde su exilio.

Para multitud de argentinos era el hombre que había transformado al país agrario en país industrial, el que había combatido a una sociedad injusta para transformarla en paraíso de la justicia social, el que mejor había comprendido la situación de las clases humildes. Para muchos otros, era el dictador y demagogo que terminó con la disciplina social y privilegió los derechos por sobre los deberes de las clases que le obedecían fanáticamente.

Pero ni unos ni otros podrán negar su significativa presencia, aún desde la ausencia, en el acontecer político y social de Argentina y Latinoamérica y en los ecos que su acción provocara en gran parte de Europa.

Los tiempos que siguieron
Tampoco nadie escapaba a la incertidumbre sobre los tiempos que vendrían y esta sensación casi unánime de orfandad se adueñó de cuántos veían en el líder desaparecido la única opción de paz, la prenda de unión que podía darse en el conjunto de las almas, tras décadas de incomprensión.

El hombre que se iba era el hombre que había vuelto un poco distinto, preocupado ahora más en la totalidad que en la parcialidad, en la razón que en la idolatría. Su antigua frase de que “para un peronista no hay nada mejor que otro peronista” se transformaba en “para un argentino no hay nada mejor que otro argentino”.

Lo que vino después ya todos lo saben: pugnas, nuevos desencuentros, inoperancia, aires enrarecidos con sabor a sangre, y el desdibujo paulatino de las banderas populares que enarbolara el líder. Sus nuevos dirigentes, víctimas o culpables de sus propias contradicciones, lanzados a una contienda improductiva interminable, describieron el amplio abanico de opciones ideológicas (desde la derecha peronista al populismo irresponsable) y solo coincidieron en las apetencias personales y de sectores internos.

Unidos o dominados
Un gran movimiento de clases que con aciertos y errores le marcó el rumbo al vecindario continental parece extinguirse desde adentro, como le ocurriera a su inspirador, por efecto, (entre otras causas) de las ansias desmembradoras de sus propios sucesores.

La palabra del pueblo argentino, la maravillosa música, enmudeció aquel primero de julio, pleno de dolor, llantos y flores.

Entre tantas profecías, resuenan en la memoria colectiva aquella lanzada el 11 de noviembre de 1953 en la Escuela Nacional de Guerra: “el año dos mil nos encontrará unidos o dominados”.

Ustedes juzgarán cómo nos hallamos hoy los argentinos luego de tantas décadas de angustias y esperanzas.

Colaboración: Hugo Ferrari