Los viajeros que caminamos por el mundo en busca de ciudades reales, admiramos aquellas que huyen de liftings, porque saben que en sus arrugas se halla la verdadera belleza. Lisboa es ese lugar, tiene esa impronta, cautiva, atrapa, e invita a volver.
Hemos hablado mucho de Europa en estas hojas. De recorridos, de países, de aprovechar el tiempo conociendo el Viejo Mundo y sus costumbres. Pero esta vez nos vamos a detener en un país transcontinental, con capital en Lisboa -nuestra ciudad destino-, situado en el suroeste de Europa, en la península ibérica, limitando al este y al norte con España, y al sur y oeste con el océano Atlántico. Se trata de Portugal, que también comprende los archipiélagos autónomos de las Azores y Madeira, sobre los cuales hemos aborado detalles en otras notas, en oportunidad de embarcarnos en viajes transatlánticos.
La ciudad de Lisboa, capital de Portugal, en Europa, es única en sus detalles. En sus rincones de ensueño. En sus mensajes, esos que lanza aún sin que seas consciente. En sus atardeceres, en sus miradores, en sus cuestas, tranvías y azulejos. En sus ventanas, en sus barandas, en los cables que enmarañan su cielo. En sus comercios, sus letreros y hasta en sus plazas. Lisboa es mucho más que Alfama, el Barrio Alto, Chiado o Baixa, pero en ellos reside su esencia.
Lisboa es una ciudad de detalles. De hecho, se trata de la capital con más azulejos del mundo. Hay que dedicarse a pasearla y a jugar con ella. Haya que intentar encontrar los más antiguos, los más coloridos, los más realistas. Mires donde mires, habrá alguno que consiga sorprenderte, porque en eso Lisboa es especialista.
Las fachadas de los edificios de sus barrios más auténticos están decorados con ellos. También los frontales de muchos comercios que parecen sacados de historias del pasado. Los verás en el interior de sus estaciones de tren y del metro. En los balcones, en los bancos y en las plazas. Algunos de tonos azules -los más clásicos-, otros más atrevidos que se lanzan a jugar con la paleta de colores.
La orografía lisboeta nos regala una de las cosas más preciadas de la ciudad: sus miradores. Lisboa está repleta de ellos en cada uno de sus barrios, y es imposible no pararte cada vez que te cruzás con uno. La capital portuguesa, vista desde las alturas, es hermosa como ella sola. Divisar el colorido de sus tejados, el Puente 25 de abril, el río Tajo en el camino a su desembocadura al mar… ¿qué más se puede pedir?. Lo ideal es alternarlos y acudir a ellos en los momentos cruciales del día: algunos son más bellos al amanecer, otros al atardecer, y todos son hermosos a cualquier hora del día que los visites.
A la hora de darse un gusto gastronómico, los pasteles de nata o natilla (crema para nosotros), son un manjar dulce inolvidable, que pueden encontrarse en cualquier comercio, cafetería o bar de Lisboa. Uno de los mejores sitios para degustarlos es “Belém”, un negocio, abierto desde 1837 donde la gente hace cola en la calle para salir de allí con una cajita de varios pasteles bajo el brazo.
Cuando el sol comienza a ponerse en Lisboa, es la hora de parar. Hay que buscar un lugar tranquilo donde puedas disfrutar de un momento que, precisamente en este lugar del mundo, se convierte en especial. Porque los atardeceres en Lisboa son mágicos, lo vivas donde lo vivas.
En cualquiera de sus miradores tendrás un paisaje espectacular. Pero también lo disfrutarás a pie de río, junto al Tajo. Si es con la compañía una copa de vino, aún mejor.
Lisboa es una ciudad que habla. Y deja mensajes a todos los que queramos entenderlos. Algunos, más directos. Otros, escondidos. Se convierte así en el lenguaje secreto entre ella y los viajeros que caminamos por el mundo en busca de ciudades reales, aquellas que huyen de liftings porque saben que en sus arrugas se halla la verdadera belleza.
En las fachadas de sus edificios más descascarados, en callejones escondidos, junto a algunos de sus clásicos elevadores o, simplemente, en la vieja pared de una casa en ruinas. Sus mensajes hablan de la vida, de la cotidianidad, del amor y de lo real.
Impasible al paso de los siglos, el castillo de San Jorge, uno de los mayores atractivos para quien visita Lisboa, se levanta sobre la colina que le da el nombre -la más alta de las siete que le dan forma la ciudad- desde nada menos que el siglo V. Visigodos, fenicios, cartaginenses, árabes… todas aquellas culturas que habitaron estos lares pasaron por aquí dejando su huella. Sin quererlo se convierte en el protagonista de los recuerdos que, en forma de fotografías, se lleva de vuelta a casa todo aquel que pisa Lisboa. La sombra de sus murallas, que serpentean como buscando la salida de todo un laberinto empedrado, es el mejor rincón para descansar de las cuestas y paseos que supone una visita a la capital portuguesa. Y, si es con las vistas que se pueden disfrutar desde el propio castillo, mucho mejor.
Los bares de Lisboa, de toda la vida, son esos lugares cuyo encanto reside en ser lo que siempre fueron. Se destacan por no haberse dejado influir, al igual que su ciudad, por lo novedoso. Donde se come el bacalao y el paté de sardinas y el vino de la casa es servido en una jarra de cristal. Ahí se respira la verdadera esencia de Lisboa. Y ahí es donde se logra conversar con los que verdaderamente pueden ayudarte a hacer una radiografía a la ciudad por la que te estás sintiendo cautivado.
El fado -canto popular urbano de Portugal- nació aquí y quizás por eso caminar por Lisboa es sinónimo de añoranza. Lisboa es alegre y triste a la vez. Alegre por la emoción que causa el recorrer sus barrios encantadores y sus callejuelas traviesas. Pero también triste por esa nostalgia que te hace saber que en algún momento, deberás dejarla, para extrañar sus paredes medio derruidas, por el lamento triste de sus rincones más escondidos, por su historia. Pero acabas de recorrerla y sabes que, a pesar de todo, de lo bueno y lo malo y lo alegre y lo triste, pronto volverás. Porque, siempre a su manera, Lisboa sabe cómo hacerte feliz.
La magia nostálgica de sus tranvías, un viaje para atesorar en el corazón
¿Y qué sería Lisboa sin su transporte más destacado?, el tranvía.
El traqueteo de los vagones mientras recorren de un lado a otro la ciudad componen la banda sonora de la capital portuguesa.
Los hay amarillos y rojos, incluso con algo de publicidad en ellos, pero mantienen a conciencia la esencia más pura de la Lisboa de toda la vida.
Este servicio conecta algunos de los puntos más emblemáticos de la ciudad.
Cuestas, curvas y callejuelas de lo más estrechas: es como si te movieras sin prisa pero sin pausa por las venas de una ciudad con mucho pasado, pero a la que a la vez le queda toda una vida por delante.